
Ética e integridad para ser protagonistas de este tiempo
Vivimos en una época en la que la sociedad encuentra serias dificultades para hacer frente a problemas como la corrupción, el materialismo, el relativismo, el subjetivismo, la desigualdad social y el consumismo, entre otros. A su vez, las empresas han ganado protagonismo en la configuración social, aunque no han estado exentas de sufrir actos de corrupción, manipulación de datos confidenciales, injusticias, fraudes y otras conductas que afectan la calidad humana de las personas. La falta de credibilidad hacia las empresas, como consecuencia de estos escándalos, ha llevado a la sociedad a exigirles soluciones éticas y creativas que trasciendan sus propios límites y contribuyan a un cambio cultural. Pero esto solo será posible si las personas que trabajan en cada empresa, y muy especialmente sus líderes, asumen radicalmente el desafío de vivir y transmitir valores.
La ética personal, eje vertebral sobre el cual deben articularse las decisiones de la empresa, constituye una fortaleza y una estrategia para liderar un cambio social. Existe una conexión causal entre la integridad personal y la creación de confianza en el entorno. Por ello, es necesario reflexionar sobre el rol que tiene la ética personal en la configuración de una cultura corporativa, que, si pretende ser genuina, debe llevar el sello de la integridad.
La integridad personal, entendida como la cualidad moral de la persona recta que la lleva a vivir los mismos valores en todos los ambientes y circunstancias de su vida, guarda relación con la realidad. Más aún, parte de ella. Por eso, toda ética responde a una antropología, a una visión del hombre, de su naturaleza y de su dignidad, de su origen y de su destino, del sentido de su vida. La persona actúa conforme a la ética siempre y cuando elija el bien y lo practique en forma coherente, de modo que sus acciones tengan base en los valores universales. Por ello, la ética en el ámbito laboral es la misma ética que la de la vida personal.
La integridad no puede falsearse; es, por su misma naturaleza, lo verdadero, que evita la fragmentación de las personas y el resquebrajamiento de la entereza moral. Se contrapone a la hipocresía y al oportunismo que llevan a decir una cosa y hacer la contraria.
Cada persona juzga inaplazable la respuesta satisfactoria a preguntas como: ¿Debo cumplir las promesas hechas en cualquier circunstancia? ¿Cómo se puede distinguir lo bueno de lo malo? ¿Es siempre malo mentir? ¿Basta la buena intención para actuar bien? ¿Las normas morales son fijas o cambian con el tiempo? Frente a estos interrogantes —y a tantos otros que resulta imposible listar— se advierte, claramente, que la persona necesita ajustar sus acciones a ciertos parámetros.
A lo largo de las generaciones, todos los hombres se han cuestionado la presencia del bien y del mal en el mundo, siempre partiendo del análisis de las acciones humanas. En cualquier dimensión de la vida, cabe reflexionar acerca de un modo virtuoso de comportarse o, por el contrario, de una manera deshonesta y viciosa de actuar. Se puede trabajar bien o mal, ser un buen amigo o no, manejar un vehículo correctamente o de modo imprudente; en definitiva, desempeñar un buen o un mal papel en cada una de las actuaciones.
Permanentemente se valora la realidad. A través de los juicios éticos, se compara lo que pasa con lo que debería pasar. En última instancia, esa cuestión del bien y del mal está íntimamente relacionada con el obrar humano. Se puede decir que una persona es, en esencia, su comportamiento moral. Por eso, la ética es tan importante que no deja indiferente a los hombres.
Las personas comenzaron a plantearse estas cuestiones cuando tomaron conciencia de que el ejercicio de su acción libre no significaba simplemente una elección sobre cosas externas a ellas. Esta es la más inmediata y evidente dimensión de la libertad, pero no la única. Su libertad tiene un alcance más profundo y decisivo: al elegir sobre esta o aquella cosa, saben que están decidiendo sobre sí mismos, están eligiendo el tipo de personas que quieren ser. Es el propio sujeto el que, como consecuencia de sus decisiones, alcanzará la felicidad o la frustración. Por eso, al tomar conciencia de su libertad y ejercerla, las personas se enfrentan con su responsabilidad.
Cada persona es protagonista de su propia vida y, por lo tanto, es protagonista de su existencia moral. Teniendo en cuenta un conjunto de ideas, valores y criterios, toma determinadas decisiones y enjuicia el comportamiento de los demás. De estas consideraciones se deduce fácilmente que la ética está al servicio del hombre para ayudarlo a vivir mejor, en un sentido más humano. La vida de las personas es única, y, si debe ser ética, debe serlo en todos los ámbitos, también en la empresa. De ahí que ser auténticamente una persona exitosa consiste en vivir con los propios valores en todas las dimensiones en las que uno actúa. Y particularmente en el ámbito de trabajo, en el cual las personas emplean sus horas más lúcidas y eficaces del día. Por esta razón, la empresa es un lugar privilegiado para probar la vigencia de esos valores.
El ejercicio de la ética en las decisiones de empresa es una fortaleza y su aplicación constituye una estrategia competitiva que genera amplios beneficios no solo económicos, sino, en primer lugar, personales y sociales. Cuando un directivo tiene claro que más allá de ser un gestor de negocios es responsable por la transformación de la sociedad, descubre una única respuesta: siempre tiene que valer la pena involucrarse en la búsqueda de la integridad. En cambio, si es un oportunista, que solo busca lograr unos resultados económicos o unas metas que le impusieron desde la casa matriz, se acaba su responsabilidad con el país, con la sociedad, con su familia. Esto depende de cada persona, unos interpretarán que su paso por una empresa o una comunidad o una asociación es transitorio y es para obtener un servicio o una figuración o lo que sea, y otros pensarán que vale la pena involucrarse, considerando además el bien que harán a otros. Por eso, no solo la referencia a mirar hacia atrás es motivo para mantener la integridad, sino también el compromiso con el futuro, pensado muchas veces en relación con el país que se está forjando para las generaciones futuras.
El compromiso con la integridad a nivel personal se identifica con un actuar integrado y armónico en la vida y lleva consigo el empeño por vivir de acuerdo con lo que uno está convencido. El concepto de integridad es propio de cada persona y se traduce en la manera de encarar la vida. Las personas íntegras tienen muy claro hacia dónde quieren ir y en qué casos no están dispuestas a cambiar su camino. Tiene mucho que ver con el proyecto de vida, con tener claro el punto de llegada, y con ser capaz de mantener el camino planeado por estar seguro del sentido que tiene la propia existencia. Y se propone también contagiar ese compromiso a los demás para ser protagonista en la construcción de nuestro tiempo.