Revista del IEEM
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Escenarios del panorama geopolítico 2025

En un mundo que se reconfigura hacia la tripolaridad, el retorno de Trump a la Casa Blanca plantea nuevos desafíos para el comercio global y las relaciones internacionales.

Con el regreso de Donald Trump a la Casa Blanca, se hace difícil plantear una perspectiva internacional más o menos certera para este 2025. No solo por el carácter impredecible del presidente de los Estados Unidos, sino, y más aun, por todas las bombas mediáticas que ha ido soltando en las semanas previas a su asunción.

Desde recobrar el control sobre el Canal de Panamá, pasando por la idea de convertir a Canadá en el estado 51 de los Estados Unidos, hasta adquirir Groenlandia o renombrar el Golfo de México como “Golfo de América”, pocas cosas le quedaron por decir al neoyorquino en la previa a su toma de posesión.

Antes de intentar sacarle la cuadratura a ese círculo, digamos que esta segunda llegada de Trump a la Casa Blanca se da en un contexto geopolítico de crisis del dominio global de Estados Unidos: Washington pierde cada vez más hegemonía frente al ascenso de China; y la unipolaridad del sistema internacional ha ido cediendo terreno a una multipolaridad liderada por la influencia del gigante asiático y otras potencias emergentes.

Lo que en esencia parece empezar a tomar forma es un mundo marcadamente tripolar, más que multipolar. Esto es, una reafirmación de Estados Unidos, China y Rusia como las grandes potencias hegemónicas, con sus zonas de influencia a la usanza del esquema global de la guerra fría; aunque, desde luego, con sus diferencias. Y en un segundo escalón, se ubicarían potencias como India, Brasil y acaso la Unión Europea, cuya relevancia será más de corte regional.

En otras palabras, existirá esa multipolaridad de la que hablan los análisis y ya, en efecto, se avizora un mundo crecientemente fragmentado; pero creo que, al mismo tiempo, estará signado por la influencia y el liderazgo relativos de Washington, Beijing y, en menor grado, Moscú, que jugarán un papel preponderante en la definición del panorama internacional.

Será pues, para los entendidos en teoría de las relaciones internacionales, el triunfo del realismo sobre el liberalismo.

 

Crisis del multilateralismo

Se profundiza al mismo tiempo la crisis del multilateralismo (no confundir con multipolaridad). La ONU tiene cada vez menos peso para desescalar  —ya no digamos detener— conflictos internacionales; los tribunales de La Haya, ya sea la Corte Penal Internacional (CPI) o la Corte Internacional de Justicia (CIJ), tienen cada vez menos poder para hacer cumplir sus fallos. Tampoco la Organización Mundial del Comercio (OMC) ha mostrado tener dientes para detener el avance del proteccionismo. Y este año seguramente veamos más de lo mismo ante un Trump 2.0 recargado en términos proteccionistas.

 

¿El fin de las guerras?

Si hubo algo esperanzador alrededor de la campaña de Trump, fue su promesa de poner fin a las guerras, en el momento de la historia que ha habido más conflictos en el mundo, más muertos y desplazados, desde la Segunda Guerra Mundial. De hecho, no pocos de los votos que Trump obtuvo en noviembre fueron precisamente por esa promesa; sobre todo, entre los libertarios seguidores de figuras como Ron Paul, o entre los llamados conservadores constitucionales, que —a diferencia de los conservadores tradicionales y los neoconservadores— son contrarios al belicismo y al intervencionismo de EE. UU.

Es de esperar que la guerra en Ucrania acabe tan pronto como se acabe la financiación de EE. UU. a Kiev.

Así pues, y según el propio Trump ha adelantado, este 2025 es de esperar que la guerra en Ucrania acabe tan pronto como se acabe la financiación de EE. UU. a Kiev. Tampoco creo que Trump permita a Netanyahu seguir con la guerra en Gaza. Ya lo presionó para que firmase este cese al fuego y, según ha revelado el diario israelí Haaretz, cuando Netanyahu quiso rechazarlo, como lo había hecho tantas veces con Joe Biden, el enviado de Trump, Steve Witkoff, lo forzó a aceptar el acuerdo.

En cuanto a Irán, Trump ha dicho que no busca una guerra con Teherán, en un talante bastante más conciliador del que mostró hacia el régimen de los ayatolas durante su primer gobierno. Trump no quiere más guerras en el Medio Oriente. Pero no está muy claro cómo lo va a lograr, ni quién tiene más influencia sobre sus decisiones en esa parte del mundo. Es muy probable que el tablero que empezaba a dibujarse en la región a influjos del gobierno saliente de Washington desde la caída de Bashar el Assad en Siria, con Turquía e Israel como potencias dominantes de la región, quede ahora en pausa.

Pero si Trump pensaba en su segunda presidencia volver al statu quo ante y no desafiar el poder de Vladimir Putin en Siria y Medio Oriente, ahora deberá enfrentarse al hecho consumado de que el mapa de influencias en la región ha cambiado sustancialmente. Y no parece ser el cambio que Trump hubiese querido. Va a ser interesante ver cómo lo encara, y también si a la larga es realmente capaz de frenar a Netanyahu en Gaza.

Es muy difícil ahora hacer un vaticinio. Pero yo me inclinaría por pensar que será al menos un mundo con menos guerras.

 

Sobre las amenazas de Trump

Ríos de tinta han corrido sobre los polémicos dichos y las amenazas de Trump respecto de Canadá, Groenlandia y Panamá. Pero ¿podemos realmente pensar que tendrá éxito en alguna de esas aspiraciones?

Yo lo dudo mucho. En primer lugar, creer que Canadá va a aceptar unirse a Estados Unidos como un estado más de la Unión es no conocer a los canadienses. Groenlandia es menos improbable, dada su situación de dependencia con Dinamarca y sus ingentes cantidades de recursos naturales sin explotar. Pero tampoco se ve como algo factible en el corto o mediano plazo. Por último, Panamá puede ser que tenga que resistir fuertes presiones de Washington; pero tampoco se ve para nada sencillo que simplemente pueda hacerse con el control del canal.

Como el muro que en su día Trump prometió levantar en la frontera con México, no creo que ninguna de las tres aspiraciones las pueda concretar en su totalidad, sino alguna de ellas, y acaso solo en parte.

 

Aranceles y política: China, Europa, América Latina, Uruguay

No pienso lo mismo, empero, sobre el tema de los aranceles. Algunos creen que se trata de un bluf de Trump, que lo hace para presionar y después negociar desde una posición de fuerza, la famosa “teoría del loco” de Nixon… En fin, varias hipótesis se han manejado, casi todas con la idea de no tomarlo al pie de la letra.

Quiere un Estados Unidos globalmente dominante desde lo económico-comercial, donde el “Made in USA” vuelva a ser sinónimo, no solo de prestigio y calidad, sino también de supremacía global.

Sin embargo, yo creo que en esto hay que tomarlo muy en serio. De eso se trata toda su concepción del “America First”: un Estados Unidos globalmente dominante desde lo económico-comercial, donde el “Made in USA” vuelva a ser sinónimo, no solo de prestigio y calidad, sino también de supremacía global. Además, un hombre que ha dicho que la palabra “arancel” es la más bella del diccionario y que cuando gobernó se los impuso a propios y extraños, yo no apostaría a que está bromeando. Ojalá que sí, pero ciertamente no me lo parece.

Trump ha dicho que va a imponer aranceles a todos los bienes que ingresen a Estados Unidos. Por lo general, ha manejado cifras entre 10 % y 25 %; excepto para el caso de China, a cuyos productos —ha dicho— impondrá un arancel del 60 %.

También aplicará un arancel del 25 % a todas las importaciones procedentes de Canadá y México. Estos dos países tienen un muy conocido tratado de libre comercio con EE. UU.: el USMCA, o T-MEC, ex NAFTA. Pero Trump dice que con esto busca presionarlos para que adopten medidas más contundentes contra la inmigración ilegal y el tráfico de drogas, en particular el fentanilo.

También pretende combatir lo que se conoce como rebadging; es decir, producir en China y reetiquetar en México, en Perú u otros países, y luego ingresar esa mercadería a Estados Unidos con arancel preferencial. Trump asegura que a esos productos les va a imponer un arancel también del 60 %, como si llegaran directamente de China.

Esto afectará sensiblemente la actividad de varios puertos latinoamericanos, sobre todo en México y Perú. Y a nivel global, desde luego que ese combate frontal al sistema, esa alteración drástica de la globalización —que por los últimos 30 años ha convertido a China en la fábrica del mundo— significaría tal desbarajuste en las cadenas de suministro, que podría hacer colapsar el sistema en varias regiones.

Otros aranceles que Trump planea imponer a sectores como el automotriz, el acerero y el agrícola pueden afectar seriamente las exportaciones de varios países latinoamericanos al barrer. Para empezar, México, Brasil, Argentina y Uruguay.

Esas medidas impactarán también —y más aun— en varios países europeos; amén de que estos tendrán sobre sí la espada de Damocles que Trump les ha impuesto de aumentar el gasto de Defensa hasta un 5 % del PBI. Y los peligros de que Washington le quite fuerza a la OTAN, o intente vaciarla de contenido entendiéndose con Putin, y así condene a los europeos a la irrelevancia geopolítica en medio de los tres gigantes del mundo. Todo esto mientras la polarización se los está comiendo por dentro, con el subsecuente ascenso de los populismos de derecha.

Por otro lado, discrepo también de quienes afirman que Uruguay no se va a ver afectado en lo más mínimo. Por supuesto que no lo será tanto como otros países. Pero Uruguay exporta carne, lácteos, cítricos y madera a Estados Unidos por un valor de casi USD 700 millones. Un arancel de 20 % sobre esos productos desde luego que va a afectar a esos sectores. Es cierto que a Estados Unidos le vendemos más software y otros productos relacionados con las Tecnologías de la Información (IT), que carne y todas las materias primas juntas. Más de USD 1000 millones es lo que Uruguay exporta de esos productos IT a EE. UU. Es cierto también que estos ingresan al país del norte con arancel cero bajo la categoría de servicios. Pero si Trump pretende gravar a todos los servicios que se exportan a los Estados Unidos —como intentó en su primer mandato— con un 10 %, o tal vez más, también se verán afectados esos exportadores uruguayos.

Tampoco es tan grave, no quiero ser alarmista; de hecho, esos productos uruguayos de software pagarían más de eso por ingresar al Brasil, con Mercosur y todo. Pero no me afilio a la teoría de “acá no pasa nada”.

En lo que hace a lo estrictamente político de sus relaciones con América Latina, creo que Trump va a ser duro con Venezuela, Nicaragua y Cuba, especialmente teniendo a Marco Rubio al frente del Departamento de Estado. Pero descarto que vaya a apoyar una intervención militar en Venezuela como piensan algunos nostálgicos del “big stick”.

También creo que se equivocan quienes aseguran que Trump “no le va a prestar atención Latinoamérica”; aunque ciertamente la atención que este le preste tal vez no sea la más beneficiosa, ni la que todos deseamos. Su única preocupación en esta parte del mundo es frenar el avance de China, y eso no es bueno para Uruguay ni para casi ningún país de la región. Sus dichos sobre Panamá, las amenazas al puerto de Chancay en Perú, etc., son parte de ese tire y afloje que tendrá con China en toda América Latina.

Habrá que navegar esas aguas turbulentas con sumo cuidado.

Autor

Analista internacional

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