Revista del IEEM
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El CEO activista: riesgos, poder y responsabilidad

A la personalísima decisión de un CEO de convertirse en un activista se llega desde las virtudes cardinales de justicia, fortaleza, temple y prudencia, que disponibilizan requerimientos imprescindibles de honestidad intelectual e inteligencia emocional. Estos permiten definir el lanzarse o no a una causa, considerando no solo el propósito personal, sino la disponibilidad real para un compromiso visible y relevante.

El activismo es un nuevo rol que se asume que, aunque busca construir justicia y fortalecer a la democracia, introduce riesgos para el negocio que deben evaluarse. Estos riesgos no solo impactan en la comunidad, sino también en la cultura de la organización que dirige el CEO, en tanto pone en palabras y acciones valores personales y su poder de influencia, que ha heredado o construido con su apellido o su facturación.

Ya decía Confucio: “Si quieres conocer una persona, dale poder”.

El activismo que viene de la mano de custodiar los valores esenciales del negocio, protegiendo los intereses de proveedores, clientes y empleados se ha planteado como un acto de coraje del líder que asume una posición pública sobre temas necesariamente vinculados a su sector. Esto no es cuestionable y permite considerar estas acciones como parte de la responsabilidad de modelar el entorno (shape the environment) con una perspectiva de sostenibilidad del negocio y en pos de una misión en la que siempre está incluida la rentabilidad económica. Desde la perspectiva organizacional, está bien…

 

Impacto social y la llamada a la acción

Desde una perspectiva social, sin embargo, hay más valor para crear cuando el activismo del CEO honra el poder de influencia en el gobierno y en la opinión pública, para atender lo importante, lo desatendido y lo justo: lo difícil, lo que solo él sabe, quiere y puede hacer, lo que edifica el bien para todos. Elegir la causa y la intervención desde la elección de hacer por los demás lo que te gustaría que un CEO con poder hiciera por ti, permite ampliar la perspectiva y adoptar una posición de anticipación o, incluso, de cambio disruptivo.

Está bien si tenés una cadena de restaurantes pronunciarte sobre la reglamentación de los baños en los establecimientos y eventualmente sobre temas de género. Pero esta intervención, incluso si va contra lo políticamente correcto para la comunidad LGTBQ, puede fácilmente desdibujarse en su intención de cuidado de la persona por tantas variables político-partidarias, operacionales y económicas.

Está bien si tenés una cadena de restaurantes pronunciarte sobre los trastornos de alimentación en las mujeres y está bien incorporar un menú light si el menú básico es muy calórico. Pero está mejor si encontrás maneras de promover que no se saque fotos a la comida, sino a las personas reunidas, si ponés mesas comunales para que nadie coma solo. Y sería mucho mejor si fueras parte de un movimiento que genere información confiable sobre el impacto de las redes sociales en el suicidio adolescente. Y tu compromiso activo con la vida y las personas sería mucho más valioso si encabezás un grupo de empresarios que planteen a nivel legislativo la necesidad de limitar la inteligencia artificial para que en las redes sociales solo circulen mensajes generados por personas reales y en tiempo real. Esto obligaría a que el algoritmo de mensajes, diseñado para entrar en nuestra sensibilidad a través de circuitos neuronales rediseñados para ir a máxima velocidad, tenga un descanso diario de ocho horas. Además, si vamos a usarlas, que solo se aplique a contenidos educativos, tan bien diseñados que, en poco tiempo, estaríamos educados a nivel académico y cívico, sin dejar que se secuestren los cerebros de los chicos para generar consumo, crear adicción dopamínica y gestionar la autoestima y la identidad de personitas que aún no pueden poner límites.

 

Liderazgo que rellena vacíos

Sobre diagnósticos de déficit atencional tratados con Ritalina; un índice de suicidio que no refleja la calidad de vida en un país sin grandes problemas; telerelaciones que se prefieren frente a vínculos reales por ser empáticas, disponibles 24/7 y no juzgamentales; el preocupante aumento del phishing y los ciberataques; la reincidencia casi inevitable en el delito; parricidios en el informativo del mediodía; el fracaso en la prevención y tratamiento de adicciones; personas mayores que quieren llamar a un teléfono de servicio al cliente de empresas que solo les ofrecen formularios web; desnutrición emocional por teletrabajo ininterrumpido; irresponsabilidad de contenidos creados con inteligencia artificial más allá de debates relativos a derechos de autor… Los gobiernos no han podido cuidarnos en tantas áreas en las que podríamos beneficiarnos del cuidado de CEO activistas, del liderazgo de activistas bien informados, rigurosos, ejecutivos y creativos; del sentido de accountability imperante en la empresa real; del ejercicio del poder de dirección participativo pero irrenunciable y nunca demagógico.

El impacto reputacional a nivel público puede demorar y a veces es póstumo el reconocimiento del valor que se logra en estas causas, pero hay una victoria íntima y privada esperando a ese CEO activista que se pone al hombro lo que no tiene quick wins, que planta un árbol bajo cuya sombra nunca se va a sentar, y que nos devuelve la ilusión de verdad y justicia.

Hay causas que son difícilmente monetizables y solo son posibles desde una perspectiva de rentabilidad social y desde la intención de dejar a nuestros hijos un mundo mejor que el que recibimos, no solo en términos de confort, sino en una calidad de convivencia más amorosa. El CEO tiene espalda para hacer la diferencia en los temas en los que falla el sistema porque no ve o porque no soluciona. Si tiene la vocación entonces puede elegir el activismo. Porque además de un enorme poder económico y político, sigue siendo humano y hombre de barro. Y si bien la estadística lo protege de algunas realidades, a todos nos pasan cosas… y es en ese momento, cuando le pasa a uno, que se da cuenta de todo lo que se podría hacer y no se hace para bajar la estadística de ansiedad, depresión, para prevenir los sentimientos de tristeza y de ira, para generar condiciones no de felicidad sino de satisfacción con uno mismo y con la propia vida y que esto sea para todos.

Profesora de Comportamiento Humano en la Organización en

Máster en Dirección y Administración de Empresas, IEEM, Universidad de Montevideo; psicóloga, Universidad Católica del Uruguay; GloColl, Harvard Business School; Case Writing Workshop, Harvard Business School.

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