
La felicidad como estrategia
Ser Chief Happiness Officer (CHO) no es simplemente un título atractivo ni una moda en las empresas. Para mí, significa ser un agente de cambio que trabaja para construir una cultura en la que el trabajo no sea una carga, sino una oportunidad para que cada persona encuentre propósito y despliegue su potencial personal y profesional.
En Thaloz, una empresa de tecnología especializada en staff augmentation, trabajamos con un objetivo claro: enriquecer nuestra cultura y potenciar el bienestar general. Nuestra estrategia se sostiene sobre tres pilares fundamentales: salud física, desarrollo integral e integración y recreación. Estos son principios activos que se traducen en acciones concretas todos los días.
Acciones concretas para crear un ambiente positivo
Para consolidar y expandir la cultura organizacional, se necesita más que solo buenas intenciones. En nuestro caso, implementamos diversas acciones que buscan mejorar la experiencia de trabajo de todos. Por ejemplo, diseñamos experiencias laborales personalizadas, impulsamos espacios de desarrollo genuino como reuniones 1:1 mensuales enfocadas en el bienestar emocional y el desempeño, y acompañamos de forma cercana cada etapa del ciclo del talento, desde el onboarding hasta el offboarding y la comunidad de excolaboradores.
Una de las claves es que no solo gestionamos el bienestar desde un nivel de impacto individual, sino también desde una perspectiva grupal e integradora. Creemos profundamente en la fuerza de la comunidad como motor de conexión y aprendizaje. Por eso, creamos un hostel propio, donde colaboradores de distintas partes de la región pueden encontrarse, alojarse y trabajar en red de forma presencial.
Junto a nuestro equipo de management, impulsamos entornos de seguridad psicológica, comunicación transparente, mejora continua, pensamiento crítico y flexibilidad con responsabilidad. Y no gestionamos a ciegas: nos apoyamos en datos reales, como encuestas de clima e iNPS, que nos permiten escuchar, ajustar y evolucionar.
Estoy convencida de que, en el contexto actual de trabajo híbrido y diversidad generacional y cultural, el verdadero diferencial ya no es tecnológico: es emocional. Ser CHO es, sin duda, uno de los mayores desafíos y aprendizajes de mi vida profesional. Porque implica construir futuro, con las personas en el centro, desde una mirada tan humana como estratégica.
Mi recorrido
Mi recorrido profesional siempre tuvo al ser humano como eje. Con años de experiencia como consultora en cambio organizacional y gestión del talento, entendí algo clave: lo que verdaderamente transforma a una organización no son los procesos, sino las emociones que los sostienen. Son las conversaciones, los vínculos y la forma en que las personas se sienten vistas, valoradas y escuchadas.
Mi formación en comunicación y marketing siempre buscó unir dos mundos: estrategia y humanidad. En lugar de ver estos dos aspectos como opuestos, encontré formas de combinarlos de manera que beneficiaran tanto a las empresas como a los individuos. Ese mismo enfoque es el que hoy comparto con mis alumnos de universidad y en los talleres que facilito sobre liderazgo, comunicación efectiva e inteligencia emocional. Creo profundamente que esta mirada tiene que estar cada vez más presente en los espacios de toma de decisión, y por eso elijo compartirla en cada instancia que puedo.
El mayor aprendizaje: comprender que liderar bienestar es diseñar entornos donde las personas puedan construir su propia versión de bienestar. No se trata de ofrecer más beneficios materiales, sino de tener la convicción de que la experiencia de los colaboradores es el núcleo de la cultura. Felicidad organizacional no significa hacer felices a todos, todo el tiempo. Significa crear ecosistemas de confianza, propósito y crecimiento. Hoy veo mi rol como el habilitador de estos espacios donde el talento trabaja mientras crece, aporta y se siente parte de algo que vale la pena.
Diseñar culturas con sentido
Durante mucho tiempo, el bienestar en el trabajo fue visto como un “extra”: after office, charlas motivacionales, yoga. Bienintencionado, sí. Pero hoy, claramente insuficiente. En un contexto donde el talento y la competitividad avanzan juntos, el bienestar ya no es una tendencia: es una necesidad estratégica. Porque influye directamente en la motivación, la creatividad, la colaboración… y en los resultados.
El éxito de una organización no se mide solo en indicadores financieros. También se refleja en su capacidad de generar valor emocional y social. Crear espacios donde las personas se sientan reconocidas, respetadas y escuchadas no es un “nice to have”, es lo que marca la diferencia todos los días, y aún más en contextos de crisis.
Los datos lo confirman: una persona feliz es 31 % más productiva, tres veces más creativa y seis veces más comprometida con su organización (Harvard Business Review). No invertir en felicidad no es ahorrar: es perder competitividad. Hoy, en América Latina, las organizaciones están comenzando a comprender que hablar de bienestar no alcanza. Hay que integrarlo en la forma en que se lidera, se comunica y se diseña la experiencia laboral.
La irrupción de la IA está acelerando esta transformación: mientras muchas tareas se automatizan, lo profundamente humano —los vínculos, el sentido, la pertenencia— se vuelve aún más valioso. Si bien la tecnología optimiza ciertos procesos, son los aspectos emocionales de una organización los que determinan su verdadera capacidad de conectar con las personas y de generar resultados sostenibles.
Hoy, ser una organización feliz no es tener un futbolito en el hall: es crear experiencias laborales significativas, auténticas y medibles.
Insisto: el verdadero desafío futuro no es solo tecnológico. También es lo emocional, lo humano. La oportunidad está en diseñar culturas que generen conexión, propósito y sentido real. Las empresas que logren establecer una cultura que equilibre tanto la tecnología como el bienestar emocional tendrán una ventaja estratégica sobre aquellas que se concentran únicamente en el rendimiento técnico.
Y entonces, la pregunta ya no es si apostar por el bienestar. La pregunta clave es: ¿está tu organización preparada para hacer de la felicidad una ventaja estratégica?