Revista del IEEM
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Trabajar para ser feliz

Que todos buscamos la felicidad es una verdad de Perogrullo. Es la máxima aspiración humana, y tal vez por eso los filósofos han tratado a lo largo de los siglos de entenderla y de explicarla. Sin embargo, en el mundo laboral no ha estado muy presente. Más aún, la felicidad fue, por mucho tiempo, una palabra usada con cierta vergüenza en cualquier ámbito que pretendiera conservar un mínimo de rigor profesional.

Entendida como una dimensión subjetiva muy unida a la vida personal, durante siglos la felicidad fue poco menos que ignorada por las empresas, como si no tuviera nada que ver con la razón de ser de las organizaciones. Al menos, hasta hace pocos años.

Lo cierto es que en la actualidad y, más aún después de la pandemia, la búsqueda de la felicidad está instalada en la agenda de todas las personas, de todas las profesiones y en la vida misma de las organizaciones. Si bien la salud y el bienestar siempre fueron un aspecto importante en la vida de las personas y un eje de acompañamiento por parte de las empresas, puede decirse que cobraron aún más relevancia a partir de la pandemia, cuando todos experimentamos la vulnerabilidad de la condición humana y la necesidad de velar por nuestro bienestar físico y emocional.

Asistimos a un verdadero auge de investigaciones científicas centradas en la felicidad. La preocupación por la calidad de vida de las personas interpela a los gobernantes y los lleva a promover políticas públicas para mejorar el índice de felicidad de sus ciudadanos. En las organizaciones, se han diseñado diferentes programas y se ofrecen distintos recursos y beneficios para fortalecer el bienestar físico, mental, emocional y social de los empleados. Incluso, algunas empresas ya incluyen en su organigrama un Gerente de Felicidad, cuya función principal es garantizar que los colaboradores se sientan valorados, motivados y felices en sus trabajos, creando un ambiente laboral positivo, psicológicamente seguro, maximizando el bienestar emocional de los equipos y fomentando la productividad y el compromiso.

Querer trabajar en un entorno así no es un simple capricho. Ser feliz en el día a día laboral trae beneficios tanto para las personas como para las empresas, y así lo demuestran diferentes estudios. Una investigación llevada a cabo por académicos de la Universidad de Warwick muestra que la felicidad en el trabajo aumenta en un 12 % el nivel de productividad de las empresas. Otro estudio, en este caso de la Universidad de California, revela que las personas felices son un 86 % más creativas en sus trabajos. En definitiva, la felicidad entra en la cuenta de resultados de las empresas.

Al parecer ya nos hemos convencido de que la felicidad es algo lo suficientemente serio como para ocuparnos de ella y que, si lo hacemos bien, todos salimos ganando. Una persona feliz es una buena noticia para su familia, para su empresa, para sus amigos y para la sociedad toda. Ahora bien, ¿cómo hacemos para trabajar buscando ser felices? En primer lugar, hay que tener en cuenta que durante mucho tiempo el trabajo fue considerado únicamente como un medio para obtener ingresos. Las personas no se planteaban que esa labor les gustara ni buscaban en ella la felicidad. A lo sumo se agradecía si se tenía esa suerte.

Reflexionar sobre esta cuestión lleva a preguntarse ¿para qué trabajamos? Muchas veces la primera respuesta está asociada a ganar dinero, para tener un buen pasar económico. Y es verdad que esa es la primera motivación por la cual la mayoría de las personas sale a trabajar. Sin embargo, este tipo de motivación extrínseca nunca es suficiente. ¡Quién no quisiera ganar más dinero! Hay un segundo tipo de motivación, llamada intrínseca, que nace de la propia persona, conduciéndola a realizar su trabajo sin necesidad de tener que recibir estímulos externos y abarca desde la alegría producida por la realización de algo que le gusta hacer, hasta la satisfacción ligada al logro de un cierto aprendizaje o al desarrollo de competencias.

Por último, existe un tercer tipo de motivación que suele pasar inadvertida, pero es la más importante. Es la que supone trabajar con sentido, es decir, encontrar en ese quehacer un significado coherente con nuestros valores y con el propósito de vida. Implica entender que el trabajo —cualquiera sea— impacta positivamente en otros, les hace bien. Viene a ser aquel impulso que mueve a las personas a actuar por las consecuencias de sus acciones para otras personas. O, dicho de otra forma, que las impulsa a trabajar para servir a los otros. Este tipo de motivación es inagotable: trabajar pensando en los demás es fuente de felicidad porque en relación con otros es donde la persona se trasciende a sí misma.

Esto lleva a redescubrir que las relaciones en torno al trabajo pueden convertirse en un camino de entrega y donación a los demás, y eso solo es posible —aunque pueda sonar ridículo o pretensioso— cuando es realizado por amor, es decir, cuando se trabaja buscando el bien del otro, en definitiva, también su felicidad. Esto implica hacerlo con la máxima perfección técnica y humana posible de la que uno es capaz. De esta manera, el trabajo será una expresión de la propia persona, manifestación de su riqueza y cauce de su propia donación para bien de los destinatarios de ese esfuerzo, aunque ellos no lo perciban.

Con esta motivación, el trabajo se transforma en una auténtica y eficaz entrega de uno mismo y, a su vez, fuente de la propia felicidad. Por este camino, cuando la ocupación laboral y sus frutos proceden de lo mejor de la persona, se procura un bien real en los otros de manera tal que el trabajo resulta mucho más íntimo y personal que la retribución material que se obtiene por él. Independientemente de la cantidad de “ceros” que acompañen esa remuneración, nunca el dinero será suficiente para enriquecer personalmente a quien lo realiza, porque siempre permanece como algo externo a la persona. Los frutos más importantes del trabajo quedan dentro de quien lo realiza, forman parte de él y acrisolan su calidad humana. Si se realiza bien, con la adecuada perfección técnica y una buena cuota de amor y de servicio, está llamado a producir frutos incalculables de crecimiento personal. Trabajando así se descubre su verdadero sentido y se conquista la felicidad.

En estos tiempos que corren no podemos quedar atrapados en la vorágine o en la rutina del día a día y olvidarnos de algo importante y que da sentido a todo lo que hacemos: cómo ser felices y cómo hacer felices a los que nos rodean. No dejemos que el trabajo —que ocupa muchas horas del día y tantas veces es fuente de preocupaciones— nos haga perder de vista lo verdaderamente importante: estar bien con uno mismo y compartir esa felicidad con las personas que queremos.

Directora del Centro Conciliación Familia y Empresa del IAE Business School

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