Revista del IEEM
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Expansión internacional y corrupción

Por qué es clave conocer el grado de corrupción del mercado al que pensamos expandir la empresa.

El proceso de internacionalizar la empresa se lleva adelante en circunstancias muy diversas. En este artículo se hará referencia a una en particular. La que se hace desde una empresa que ha trabajado hasta el momento en su país natal, desarrollando modos locales y apoyando su éxito en estilos de dirección propios del país de sus fundadores. En este caso particular iniciar el camino de abrir en el exterior se vuelve un desafío mucho más complicado que el de la empresa que ya se encuentra en varias jurisdicciones y decide abrir una más. También es muy diferente cuando la nueva operación se lleva a cabo en un país nuevo, pero la empresa es el resultado de la inversión de una o más compañías con experiencia internacional que han decidido hacer una inversión concreta en una nueva locación.

Cuando la salida afuera es un debut total, cuando se trata de una empresa que nunca ha hecho algo fuera de fronteras, salir es un enorme desafío en múltiples dimensiones, pero aquí nos limitaremos a una que en repetidas ocasiones no se valora en toda su dificultad y que no es otra cosa que la exposición de la nueva empresa a niveles de corrupción mayores o más sofisticados que aquellos a los que en su casa matriz ha estado expuesta.

 

Corrupción, no siempre el mismo perro con diferente collar

La corrupción es un fenómeno presente en todas las sociedades. Sin embargo, en lo que hace a la gestión empresarial conviene tener presente que los entornos no siempre presentan la misma falta de transparencia. Cuando hablamos de entornos hay que distinguir si se trata de un país, una región o simplemente un sector. Diremos, por lo tanto, que el sector X del país A es corrupto en cierta medida, mientras que el sector Y del mismo país lo es en otra muy diferente. O se puede encontrar la situación en el que el país B se caracteriza porque cualquiera de sus sectores de actividad empresarial cuenta con un nivel de transparencia similar.

Hay entornos que se consideran “esporádicamente corruptos”. Esto quiere decir que, si bien es posible que quien opere en ellos se encuentre en algún momento ante un hecho de corrupción vinculado a los negocios que lleva adelante, esto ha de considerarse poco común y más bien asociado a comportamientos aislados de personas concretas. Ningún entorno puede ser considerado en una categoría mejor que “esporádicamente corrupto”. Por más serio, institucionalizado y controlado que sea un sector o país, siempre podrá haber un deshonesto que busque aprovecharse de una situación concreta.

Trabajar en estos entornos para el que no quiere ser parte de este tipo de actos exige hacerlo con un nivel de excelencia muy alto.

Otros entornos merecen el calificativo de “corrupción generalizada”. En estos casos, las situaciones de corrupción son algo usual y quien opera en ese sector o país sabe que, más tarde que temprano, podrá llegar a encontrarse enfrentado a un dilema de este tipo. Aunque sea común, el entorno permite encontrar alternativas para no tener que transar o caer en una situación en la que no entrar en un acuerdo irregular se traduzca en costos insalvables. Trabajar en estos entornos para el que no quiere ser parte de este tipo de actos exige hacerlo con un nivel de excelencia muy alto, pues cualquier error lleva a que quienes están al acecho se aprovechen de la situación. La ventaja en estos entornos es que, aunque se trata de una conducta generalizada, no todo el sistema empresarial y regulatorio está enfermo de corrupción. Esto hace que sabiendo a quién acudir, o en ocasiones utilizando las vías institucionales, las chances de no tener que ceder a la extorsión sean mayores.

Por último, hay entornos que son conocidos como “estructuralmente corruptos”. En estos la corrupción se ha instalado de tal forma que se puede decir que los modos deshonestos son parte de la institucionalidad. No quiere decir que esté bien ser parte de actos ilícitos. Pero sí se refiere a que hacer negocios sin transar con ellos se hace una tarea casi imposible. Esta dificultad está apoyada, en gran medida, en que quienes operan en un entorno de este tipo tienen incorporado estas prácticas paralelas de tal forma que es difícil encontrar a quien acudir que no se encuentre inmerso en esta forma de trabajar. Aunque pueda parecer que es imposible trabajar en estos entornos sin transar con la corrupción, en ocasiones organizaciones muy bien dirigidas y con ventajas competitivas extraordinarias pueden hacerlas valer y así llegar al final del camino sin mancharse. Aunque esto es posible, hay que reconocer que es extremadamente complejo, lo que hace que tales entornos sean muchas veces esquivados por empresas que los anticipan y que prefieren dejarlos de lado pues no aceptan ser parte de ellos.

 

Desde Uruguay se ve complicado

Aunque el entorno en que compiten las empresas uruguayas a nivel local no está libre de la extorsión y el soborno, es pacíficamente aceptado por quienes conocen la forma de hacer negocios en el país que la misma entra dentro de la categoría de esporádica. Más allá de situaciones anecdóticas muy lamentables, la realidad es que el empresario uruguayo que no quiere entrar en arreglos espurios tiene amplio campo para así hacerlo.

El empresario uruguayo suele tener que lidiar con entornos más corruptos cuando da su primer paso extramuros en algún país de Latinoamérica.

Trabajar en un entorno empresarial relativamente sano es una ventaja, pero no necesariamente lo sigue siendo cuando este modo de operar se decide trasladar a países donde las cosas son diferentes. Cualquier persona cercana a empresarios que desde Uruguay decidieron expandir sus operaciones en otros países con un nivel de corrupción más presente conoce las historias plenas de dificultades que debieron afrontar. Dado que es usual que el empresario uruguayo opte por dar su primer paso extramuros en algún país de Latinoamérica, suele tener que lidiar con entornos más corruptos. No estoy diciendo que todos los países de Latinoamérica cuenten con ambientes empresariales corruptos. Pero sí que bastantes de ellos claramente lo son. En ocasiones cayendo dentro de la categoría de “corrupción generalizada” y, en algún otro caso, considerando sectores concretos, en la de “corrupción estructural”.

 

Exceso de confianza

Pensemos en el caso de una empresa uruguaya exitosa. Ha trabajado durante años llevando adelante una estrategia que se ha mostrado acertada. A lo largo de ese tiempo la empresa ha adoptado un estilo de dirección por el que es conocida y respetada. Gracias a que compite en un entorno con presencia de corrupción esporádica ha logrado llevar sus negocios de una forma “limpia”. Este accionar repetido en el tiempo le ha permitido construir una posición de poder que le favorece ser competitiva y por lo tanto necesitar aún menos ser parte de transas no deseadas. A su vez, ha creado una red de contactos y vínculos que fortalece su capacidad negociadora debido, simplemente, a un historial de relaciones exitosas y favorables para todas las partes.

El liderazgo de esta empresa se siente muy seguro. El éxito sostenido suele ser un notable generador de autoconfianza en las capacidades propias y organizacionales. Con esta confianza tan valiosa, la empresa se lanza a un desembarco en un mercado que es conocido por su nivel de corrupción generalizado, ya no digamos estructural.

Al principio las cosas van bien. La empresa acude a profesionales de punta en aquel mercado y manda incluso a algún directivo de confianza y éxito probado para que sea su mano derecha en aquel nuevo negocio. A medida que el tiempo va pasando comienzan a aparecer dificultades. Muchas veces enlentecimientos, dificultades, reclamos insólitos y hechos extraños. El estilo de la compañía hace que los enfrente “a la uruguaya”. Esto es, por derecha y apoyando su accionar en el convencimiento del trabajo bien hecho. Sin embargo, las cosas cada vez se complican más. Para peor, no hay a quién acudir. Es un país nuevo donde no hay amigos de real confianza a quienes apelar. Los profesionales locales de primer nivel que han sido contratados desde un primer momento comienzan a reconocer que quizás la empresa no está entendiendo la cultura local. Más aún, hacen ver que hay prácticas que escapan a lo que ellos pueden hacer, pues no se trata de “criterios técnicos”, sino más bien “criterios políticos”. No en pocas ocasiones la empresa, indignada, decide llevar el asunto a la justicia de aquel país. La razón le asiste, pero el entendimiento de cuánto pesa la localía y hasta la veta nacionalista no es percibido en toda su gravedad.

 

Reflexión final

El entusiasmo que caracteriza el proceso de internacionalización es tal que puede asimilarse a lo que se conoce como “la fiebre del emprendedor”. En esos momentos en que la empresa, con un historial de éxitos a nivel local, decide lanzarse a la aventura exterior es muy poco frecuente que se haga un buen análisis de riesgo respecto de la amenaza de corrupción a la que el proyecto se verá expuesto. Evadir este análisis apoyado en la honestidad personal del equipo directivo es un enorme error. La prudencia indica que anticipar lo que uno se encontrará en esta dimensión es el principal antídoto para no ser sorprendido en la buena fe. Más aún, es el único camino para no caer en actos corruptos amparados en el dilema de la ética de límites, que deja al directivo en la obligación de tomar decisiones del estilo “matar o morir”, que casi siempre se decantan por lo primero. Y, cuando esto sucede, el estilo de dirección complaciente con la corrupción invade incluso a la empresa nacional en la que todo comenzó. Mejor prevenir y anticipar. Saber a lo que uno y su empresa se expone es el mejor, y único, camino.

Autor

Profesor de Política de Empresa en el IEEM

Ph.D. en Dirección de Empresas, IESE, Universidad de Navarra; máster en Dirección de Empresas, IAE, Universidad Austral; contador público, Universidad de la República (Uruguay); GloColl, Harvard Business School.

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