Revista del IEEM
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2023: el gran game changer global

Por qué este año será un gran punto de inflexión del siglo XXI

El 2023 marcará el comienzo de grandes cambios en el orden internacional. Todo un cambio de paradigma está a punto de dar inicio a lo que la historia recordará como el gran punto de inflexión del siglo XXI. Y nunca los factores geopolíticos han estado tan estrechamente ligados a los económicos como hoy.

Esta gran transformación del orden internacional, que ya se ha empezado a gestar, tendrá su punto cúlmine en la creación de dos bloques globales antagónicos: uno liderado política y económicamente por Estados Unidos, y el otro por China.

 

Desglobalización y nearshoring

Empecemos por manejar dos conceptos que estaremos oyendo muy a menudo en el correr del año —y del siglo—: desglobalización y nearshoring, este último por oposición al offshoring, la deslocalización que durante los últimos 30 años ha convertido a China en la fábrica del mundo.

La desglobalización marcará en este almanaque su punto de partida por la gran aceleración que se espera en el llamado “desacople” de las economías occidentales de la china. Y el nearshoring será el complemento que traerá la producción de esas empresas norteamericanas y europeas del gigante asiático a países más cercanos; también, más amigables, dada la rivalidad aparentemente irreconciliable en la que han entrado Washington y Beijing. Por eso algunos le llaman también friendlyshoring, aludiendo a que la deslocalización se hará ahora a países más amigables (no solo más cercanos geográficamente), políticamente afines, o dentro de la esfera de influencia de Occidente.

Con esto último se verá beneficiado México, como ha quedado meridianamente claro después de la última Cumbre de Líderes de Norteamérica, la llamada Cumbre de los “Tres Amigos”, celebrada a principios de enero en la ciudad de México entre los presidentes de Estados Unidos y México, Joe Biden y Andrés Manuel López Obrador; y el primer ministro de Canadá, Justin Trudeau. Otros países latinoamericanos también podrían beneficiarse del nuevo esquema de producción occidental; aunque ahí hay algunos matices que tienen que ver con la disputa que Beijing y Washington sostienen también por la influencia en la región, que comentaré más adelante.

Así, este año seremos testigos del amanecer de una nueva era. Es lo que Bloomberg ha llamado en un reciente podcast “el obituario de JPMorgan para la globalización”, aludiendo a los vaticinios que hace para 2023 Jared Gross, uno de los principales estrategas del mayor banco de inversión de Wall Street. Casi todo en la industria, y en el mundo de los negocios, cambiará: desde las cadenas de valor y las políticas industriales, hasta las financieras, energéticas y militares.

 

¿Desdolarización también?

Un tercer concepto a tener presente es el de la “desdolarización”. Aunque desde luego esta llevará más tiempo y posiblemente no la veamos a cabalidad este año ni el que viene. Se trata de la intención del gobierno de Xi Jinping de desbancar al dólar como moneda de referencia; o más bien, de establecer su propio sistema —con el renminbi a la cabeza y otras divisas de las potencias medias del Sur Global— para hacer frente con su bloque al que encabezará Estados Unidos con el dólar y sus aliados.

Por lejano que ahora parezca, ese mundo realmente no está tan distante. Xi dio un paso no menor en esa dirección con su reciente visita a Arabia Saudita, donde fue recibido por todo lo alto —en “bienvenida real”— por el príncipe heredero Mohamed Bin Salman (MBS), ante la impotencia de Washington, que ni otorgándole oficialmente la impunidad al saudí en el caso Khashoggi lo pudo evitar. Y tal vez la noticia más importante que se produjo en el (este año alicaído) Foro Económico Mundial (FEM) de Davos, Suiza, haya sido precisamente el anuncio del ministro de Finanzas de Arabia Saudita de que Riad está abierta a comerciar en otras divisas distintas al dólar estadounidense.

Es posible que, más pronto de lo que pensamos, veamos al petrodólar perder terreno frente a lo que algunos analistas financieros ya empiezan a llamar el “petroyuan”.

Es posible que, más pronto de lo que pensamos, veamos al petrodólar perder terreno frente a lo que algunos analistas financieros ya empiezan a llamar el “petroyuan”. Otros van todavía más lejos. Como Zoltan Poszar, influyente estratega del Credit Suisse, que sostiene que lo que se viene es un “Bretton Woods III”. Recordemos que de los acuerdos de Bretton Woods (1944), emergió el actual orden económico internacional: los países occidentales se avinieron a anclar sus divisas al valor del dólar, que por entonces estaba sostenido en el oro de Fort Knox, Kentuky —80 % de las reservas mundiales—. El llamado “patrón oro” se acabó en 1971, cuando Richard Nixon decidió desvincular al dólar del metal precioso pero igualmente dejarlo como moneda de reserva mundial (“patrón dólar”). Y, para que así se haya mantenido hasta ahora, ha sido fundamental otro acuerdo forjado cuando caía el telón de la Segunda Guerra Mundial: el del presidente Franklin Delano Roosevelt con el primer rey de Arabia Saudita, Abdulaziz Ibn Saúd, en 1945, a bordo del portaaviones USS Quincy sobre aguas del Canal de Suez. Según este acuerdo, la moneda global en que el petróleo se comercializaría sería el dólar. De ahí el apodo de “petrodólar”. Al final, siempre tiene que haber un commodity detrás.

Por eso Poszar sostiene que, en el “Bretton Woods III” que él avizora, el actual sistema basado en el dólar se debilitará para dar paso a un nuevo orden monetario internacional anclado en monedas de Oriente con base en commodities. Y entre ellas, el yuan es desde luego la que lleva la delantera.

No va a pasar mañana ni pasado. Pero son cosas que conviene ir guardando en el disco duro. Si usted es un inversor de mucho peso, o tiene influencia en la toma de decisiones de algún país o empresa multinacional, conviene mantener la mente abierta, y estar atento a lo que pueda suceder en este terreno.

 

Guerra Fría 2.0

En lo que hace a lo estrictamente geopolítico, parece bastante claro que lo que se avecina es una escalada de la guerra en Ucrania durante los primeros meses del año. No sabemos realmente el desenlace que ello pueda tener; pero lo más probable es que tienda a estabilizarse y que termine siendo un conflicto subsidiario de la gran guerra del siglo XXI, que será, por los medios que sea, este enfrentamiento entre Estados Unidos y China.

El enfrentamiento entre Estados Unidos y China será una guerra en tres planos: tecnológico, económico-financiero (como hemos visto) y también militar.

Será esta una guerra en tres planos: tecnológico, económico-financiero (como hemos visto) y también militar. De hecho, ya lo está siendo.

El primero es el más tangible, en momentos que Estados Unidos ha prohibido la importación de productos de las tecnológicas chinas y ha convencido de hacer lo propio a sus aliados Reino Unido, Australia y Canadá. Lo mismo se espera pronto de México, que también integra el T-MEC, popularmente conocido como el NAFTA 2.0. Y ahora Washington se encuentra en una lucha palmo a palmo con el gigante asiático por la influencia tecnológica en Europa, África, América Latina (donde será clave el rumbo que tomen Brasil y Uruguay, que más tarde o más temprano tendrá también que optar) y Asia.

Además de las importaciones chinas, Washington ha restringido fuertemente la venta de chips a empresas de ese país. Se trata de semiconductores avanzados, clave para el desarrollo de las tecnologías del futuro: desde la inteligencia artificial y la computación cuántica, hasta el armamento más sofisticado. Según un artículo del New York Times, la intención de la administración Biden con ello es frenar la transferencia que China hace de los avances tecnológicos a su sistema armamentístico, en particular, a los misiles hipersónicos y aeronaves de tecnología stealth.

En la actualidad, la potencia mundial en esos semiconductores avanzados es Taiwán, cuya empresa TSMC (Taiwan Semiconductor Manufacturing Company) produce cerca del 90 % de los semiconductores avanzados del mundo. Por esa razón —sobre todo por la amenaza que a ojos de Estados Unidos China representa para la isla— uno de los asuntos más importantes que se acordaron en la Cumbre de los “Tres Amigos” fue que México emprendiera la alta producción de semiconductores. Así pues, por la via del nearshoring y del nuevo orden internacional, México podría convertirse en la nueva potencia mundial en la fabricación de microchips avanzados. Y no sabemos de cuántas cosas más.

En Taiwán confluyen así la guerra tecnológica y la guerra convencional. No solo por su cercanía a la China continental, sino también por su altísimo valor estratégico en esa geografía. A pesar del extenso litoral chino, su salida al mar está limitada por lo que se conoce en geoestrategia como “el escudo del Pacífico”, una cadena de islas que —desde Indonesia, pasando por Filipinas y Taiwán hasta Japón— forma un perfecto escudo frente a China. Todos esos países —unos más, otros menos— son aliados de Washington. Mantener a Taiwán en ese collar de amigos es muy importante para Estados Unidos; quitarlo de allí, vital para China.

Y en cuanto al plano económico-financiero de este gran enfrentamiento bipolar, como va dicho, Washington y sus aliados ya han iniciado su “desacople”, sigue la desglobalización y el nearshoring como prioridades del año que comienza. China, por su parte, empieza a configurar su propio sistema con los aliados que pueda lograr; tiene esperanzas de que sea todo el Sur Global. Beijing impulsa para el correr del año una ambiciosa expansión de los BRICS, con Argentina, Arabia Saudita, Irán y, posiblemente, Turquía, en la antesala de ingreso al bloque que integran Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica. Y planea seguir expandiendo también la nueva Ruta de la Seda (BRI, por sus siglas en inglés), que ya abarca a 150 países y se perfila como la mayor iniciativa de inversión global e infraestructura en la historia de la humanidad.

De modo que más que una Tercera Guerra Mundial, como algunos temían, lo que se avecina parece ser una Guerra Fría 2.0: un largo conflicto de resistencia entre las dos potencias hegemónicas que encabezarán dos bloques enfrentados, en este caso, seguramente a partir de sistemas económico-financieros y redes tecnológicas separadas. Pero otra vez, como en el siglo pasado, parece improbable que vayamos a llegar a la temida conflagración nuclear.

Solo nos queda ver de qué lado de esta nueva “cortina de hierro” se ubicará la región, en momentos que ambas superpotencias se disputan la supremacía sobre ella, y Brasil, la primera potencia regional, pretende tomar una equidistancia que a la larga se hará cada vez más difícil.

En medio de todo este campo geopolítico minado, Uruguay pugna por un TLC con China; algo en lo que, a pesar de todos los escollos que ha enfrentado y seguirá enfrentando, debe perseverar. De concretarse, eso será para el país un auténtico game changer, el gran salto cualitativo que haga del siglo XXI el gran siglo uruguayo.

Autor

Analista internacional y columnista del diario El Observador

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