La casa común
Ya agotamos la cuota de recursos de la Tierra de 2021 y resta aún medio año. Por qué la variable ambiental es ineludible para las empresas.
La empresa contemporánea se enfrenta a un sinnúmero de desafíos de manera simultánea. En un mundo atravesado por la pandemia del COVID-19, el cambio tecnológico, las nuevas demandas sociales y una creciente inestabilidad política, producto de sociedades escindidas, se impone de manera perentoria la urgencia por producir de una manera que sea ambientalmente sostenible. El mundo ya no da para más y, si seguimos haciendo las cosas como las hemos hecho hasta ahora, vamos a generar cambios a nivel global que pueden poner en vilo nuestra propia subsistencia como especie. El dramatismo, lejos de ser exagerado, se justifica en función de lo que está en juego, que no es nada más ni nada menos que nuestro futuro.
Cada año, el Global Footprint Network calcula el Earth Overshoot Day —o día del sobregiro de la Tierra—, que establece la fecha en la que los seres humanos consumimos todos los recursos que el planeta es capaz de regenerar y absorber a lo largo de un año. Si esa fecha fuera superior a un año, nuestra forma de vida sería ambientalmente sostenible. El punto es que no lo es y, cada año, nos gastamos los recursos de futuras generaciones, generando una deuda ambiental.
Más grave aún, la tendencia es que llegamos a la fecha en que nos consumimos todos los recursos del año cada vez más temprano. Esa tendencia se vio morigerada solamente durante 2020, como producto de las diferentes cuarentenas (y el consecuente impacto en la producción y el consumo), postergando la fecha para el 22 de agosto. En 2021, la fecha del sobregiro fue el 29 de julio, la misma que en 2019. A este ritmo, estamos usando la capacidad de la Tierra 1,75 veces más rápido de lo que es capaz de regenerarse. Gastamos casi dos Tierras. Para colmo, si toda la población del mundo viviera como lo hacen en los Estados Unidos, gastaríamos cinco planetas por año, si viviéramos tal como viven en Australia serían más de cuatro y si viviéramos como viven en Alemania, superaríamos los tres. Pero esos son, a la vez, los países como los que todos los demás quieren ser. Entonces, ¿cuál es el modelo al que tenemos que apuntar?
¿Qué pueden hacer las empresas?
Como todo problema complejo, su abordaje implica mancomunar esfuerzos de sectores, intereses y países distintos. ¿Cuál es el rol de la empresa en este problema? El desafío es, a la vez, una amenaza y una oportunidad. La mayor conciencia del problema genera cada vez más presiones para que el mundo corporativo adecúe sus procesos a los nuevos imperativos ambientales. Frente a eso, ¿hay que cambiar las formas de producción? ¿Cómo financiar esas transformaciones? ¿De qué manera mostrar los avances en la línea de la sostenibilidad ambiental, cuando la empresa todavía no hizo el recorrido completo? ¿Cómo evitar dinámicas de greenwashing? ¿Qué riesgos corre si no se adapta a los nuevos paradigmas?
Un punto fundamental del que hay que anoticiarse es que la sustentabilidad ya no es una posibilidad, sino un mandato.
Un punto fundamental del que hay que anoticiarse es que la sustentabilidad ya no es una posibilidad, sino un mandato. De acuerdo con una encuesta de 2020 del World Values Survey en la mayoría de los países latinoamericanos entre el 50 y el 75% de los entrevistados afirma que la protección ambiental debería ser prioritaria, incluso si eso implica una ralentización del desarrollo económico y la pérdida de algunos empleos. Planeta mata empresa. ¿Cómo permanecer ajenos a tamaña transformación cultural?
Según un informe de Nielsen de 2018, más del 90 % de los argentinos, brasileros, chilenos, colombianos, mejicanos, peruanos y venezolanos consultados consideran extremadamente importante que las empresas implementen programas para mejorar el medioambiente. Ya no se trata solamente de mitigar externalidades negativas, sino de colaborar con la regeneración ambiental. El mismísimo Foro Económico de Davos definió el propósito de la empresa en el Manifiesto de 2020 y afirmó lo siguiente en relación con las exigencias ambientales: “Actúa como garante del universo ambiental y material para las generaciones futuras. Protege de un modo responsable nuestra biosfera y es adalid de una economía circular, compartida y regenerativa”. ¿Cuántas empresas se consideran a sí mismas de esta manera?
No alinearse expone a la empresa a perder clientes y a aumentar la rotación de la fuerza laboral, cada vez más atenta al comportamiento organizacional. La misma encuesta de Nielsen explicita en qué medida: 73 % de los consumidores declaran que están dispuestos a cambiar sus hábitos de consumo para reducir el impacto en el medioambiente. Pero, en términos positivos, también es un terreno que abre nuevas oportunidades, en múltiples dimensiones.
La sustentabilidad, claro, ya no puede ser una responsabilidad circunscripta a una parte de la empresa, sino que debe ser un espíritu que atraviese transversalmente a la organización, desde las operaciones hasta los resultados financieros, pasando por los tableros de control de gestión, a través de mecanismos de medición de impacto. Como todo cambio que aspira a ser duradero, trabajar en la alineación cultural es muy necesario, a fin de que todos los miembros de una organización entiendan a qué cosas se les da valor colectivamente. Hacerlo pour la galerie puede salir muy caro. El criterio es convertir la sostenibilidad ambiental en una forma de hacer (estrategia) y de ser (modelo de negocios) de la empresa.
Más allá del marketing (evitando toda forma de “blanqueo verde”), de la mitigación de crisis comunicacionales y de la posibilidad de posicionar una marca como adalid de la defensa ambiental, pongamos el foco en lo más novedoso: las oportunidades de financiamiento se están multiplicando aceleradamente. La emisión de bonos verdes, por ejemplo, irrumpe como una novedad de los últimos años, abriendo la posibilidad de financiar procesos de transformación productiva con fondos frescos. El Pacto Verde anunciado por la Unión Europea el 1.o de agosto de este año fija objetivos muy ambiciosos (como la prohibición de venta de vehículos de gasolina a partir de 2035, hablemos de disrupción…) pero, a la vez, abre la oportunidad de fondeo para proyectos verdes por € 500 billones. Doing well by doing good, la inversión ESG (environmental, social and governance) no solo es más rentable, sino también más segura, dado que las empresas con indicadores sociales y ambientales robustos tienen menos probabilidades de caer en la insolvencia (Bank of America, 2020), convocando el interés de un número creciente de inversores. Financiarse a través de iniciativas ambientalmente amigables es una posibilidad cada vez más cierta. ¿Nuestra empresa mira esta agenda?
Las oportunidades de diferenciación siguen estando disponibles como estrategia para muchas organizaciones.
No todas las empresas se mueven a igual ritmo ni con la misma convicción, por lo que las oportunidades de diferenciación siguen estando disponibles como estrategia para muchas organizaciones. Y si no lo hacen por las buenas, cabe preguntarse… ¿en qué momento llegarán normas como la prohibición de la comercialización del plástico de un solo uso a mi industria? Retomando el reciente Pacto Verde europeo, ¿cuál será el impacto del aumento de los precios de los viajes aéreos —producto de los mayores impuestos— en el turismo? ¿Cómo impactaría a Uruguay si se aplicaran normas análogas en nuestra región? Ni que hablar de los productores de la industria automotriz o del dueño de una estación de servicio en Lyon. ¿La empresa considera los potenciales riesgos de pasar por alto la profundidad del cambio que supone la agenda ambiental para la economía de las próximas décadas?
Las nuevas empresas incorporan la mentalidad ambiental a su estrategia de negocios con relativa facilidad. Por ejemplo, Qualia es una empresa que produce anteojos hechos 100 % en plástico reciclado. Una empresa joven, fundada por gente joven, que define que su propósito no es, necesariamente, ganar mucha plata, sino “cambiar el juego… cuestionando lo que te rodea… trabajando en algo que tenga alma”. Un discurso hippie, puede ser. ¿Un negocio? También. El discurso convoca con la fuerza de un mensaje que interpela al consumidor y trabajador contemporáneo: “Somos el medio que transporta un mensaje muy claro: cada uno de nosotros puede y debe generar un cambio positivo en el mundo”.
Frente a esta competencia, ¿qué queda? Transformarse. No vayamos a los casos de empresas líderes del Dow Sustainability Index, sino al de las empresas reales, para las cuales esta agenda presenta desafíos que parecen imposibles. El caso de Ikea: la empresa era blanco de pesadas críticas por el enorme consumo de plástico, madera y tejidos para la producción de mobiliario. Por ese motivo, comenzó un cambio. Hace algunos años inició un proceso de transformación para mitigar y, finalmente, revertir su impacto ambiental. Desde hace seis años que todo el algodón que consume Ikea es sostenible (certificado) o reciclado, como un tercio del plástico y más del 80 % de la madera. A su vez, lanzó líneas específicas, como la MUSSELBLOMMA, creada enteramente con plástico rescatado de las costas del mar Mediterráneo. Sus próximos objetivos incluyen la adopción de políticas de economía circular, al reparar muebles de antiguos clientes y relanzarlos al mercado. ¿Le falta? Le falta. Pero, ¿a quién preferirán comprarle los clientes atentos al impacto ambiental?
Y un poco más acá… ¿en cuánto tiempo llegará la fuerza de este mandato a nuestra región? ¿Qué críticas pueden dirigirnos los grupos de interés a nosotros, en función de nuestras prácticas actuales? ¿Tenemos algo para decir frente a este cambio de paradigma?
No se trata de si hay que incluir la variable ambiental. Hacerlo es ineludible. No se trata de cuándo, porque el cambio se espera de manera inmediata. Se trata de cómo. Y es urgente.