Revista del IEEM
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El desafío nacional ante la mutación del comercio internacional

Globalización, globalizados, globalizadores

El proceso de globalización se caracteriza de forma notoria por la interrelación e interdependencia que se da entre economías y entre diferentes culturas. Básicamente, como apunte sobresaliente de nuestro tiempo, encontramos la estandarización de los patrones de consumo. Todos nos vestimos igual, consumimos los mismos alimentos, vemos las mismas series y películas, escuchamos la misma música, adquirimos los mismos dos o tres tipos de smartphone que nos acompañan las 24 hs del día… Así podría seguir enumerando señales claras de que estamos frente a un mundo que se ha globalizado de forma definitiva.

Cuando refiero, renglones arriba, al término básicamente es porque aún existe un reservorio cultural y de costumbres que cada nación ha dejado al margen de la globalización. Quizá en sociedades orientales o culturalmente más arraigadas se vea más, pero aquí ha sucedido lo mismo: nadie nos tocó el asado, el mate y otras típicas costumbres nuestras. No soy de los que cree que este proceso generó ganadores globalizadores y se llevó perdedores globalizados. Creo que este proceso viene generando una confluencia de aristas aún poco proyectables o predecibles.

A priori, podríamos pensar que Uruguay, un país chico e intrascendente en lo económico, está globalizado sin más. Sin embargo, nos ha tocado producir bienes valorados por el mundo como, por ejemplo, nuestras carnes premium. Quizá es el propio proceso de globalización el que las hace conocidas y nos permite introducirlas en mercados exigentes. Es aquí donde encontramos buenas pistas acerca de por dónde puede venir el futuro. Esa estandarización de patrones de consumo, facilitado por el avance de los medios de comunicación, transporte e Internet, ha turbinado de forma notoria el intercambio de productos y el comercio internacional de bienes y servicios. Es más, permite el incremento exponencial del comercio de partes o semielaborados, porque, en definitiva, al final de día, en todas las geografías se conoce el producto final y, por tanto, se hace accesible su producción.

 

Uruguay for export

El desarrollo de nuestro país está inequívocamente vinculado a cómo nos insertamos en el mundo y a cómo logramos colocar el trabajo nacional en otras latitudes. Como ya sabemos, las economías de escala no son lo nuestro. El desarrollo de negocios a base de volumen no tiene cabida y el único medio para levantar esa restricción natural del destino es levantar las barreras con el mundo. No haré de esta columna de opinión una trinchera sobre lo pertinente de los acuerdos comerciales. Quizá, en la búsqueda de consensos necesarios, nuestro aporte deba ir por sumar ingredientes para entender la compleja trama de la dinámica comercial internacional y, desde allí, cuestionarnos cómo sobrevivir en un mundo que no nos espera.

Un dato llamativo es que, a pesar de la necesidad ya expuesta acerca del vínculo con el exterior, nuestra apertura comercial —al menos en lo que refiere a bienes— ha venido disminuyendo en los últimos años. Datos del Banco Mundial nos muestran que, en 1960, el comercio exterior uruguayo representaba el 28 % de nuestro PBI y, en 2017, ese índice alcanzó el 29 %. Podríamos sospechar que es parte de nuestra pasmódica idiosincrasia, pero no lo es. Tuvimos un fuerte período de apertura luego de la crisis de 2002, donde el comercio exterior —importaciones más exportaciones— alcanzaron a casi el 50 % de nuestro PBI, justamente en momentos donde el país registró mayores tasas de crecimiento económico, ¿casualidad?

La notable diversificación de mercados ha llevado nuestra producción a más de 160 países. Algunas restricciones asociadas al bloque Mercosur posiblemente hayan entorpecido la profundización del vínculo con esos nuevos mercados. No hay duda de que la irrupción mayor ha sido el despertar chino. Lo ha cambiado todo y no solo a nosotros. En poco tiempo desplazó a la región y se consolidó como nuestro principal socio comercial. La globalización indudablemente ha posibilitado el acercamiento entre culturas distantes y facilitó extraordinariamente el intercambio comercial.

 

El futuro es en partes y a base de servicios

¿Dónde están las mayores posibilidades de nuestros talentos? A pesar de haberlo intentado en innumerables oportunidades y rubros, nuestro futuro no está vinculado a la industria pesada de bienes. Y agrego: posiblemente el mundo tampoco valore ya ese tipo de producción industrial. Uno de los últimos estudios de la Cepal sobre el perfil exportador de América Latina hace un llamado a escapar a la primarización de nuestra producción.

Estoy de acuerdo, pero a veces tiende a confundirse el tipo de bien exportado con su tipo de producción. Creo que lo que hoy es primario o rudimentario es el proceso productivo y no el producto final. Si analizamos sus procesos, quizá aquellos bienes a los que llaman primarios no lo sean tanto. Nos encontramos, pues, transitando las primeras fases de una nueva era y no tengo la menor duda de que le traerá a países como Uruguay más oportunidades que dolores de cabeza. Veamos quién captura el mayor valor e intentemos colarnos.

Una taza de café en una tienda reconocida vale entre USD 4 y USD 20. Sin embargo, el caficultor recibirá USD 0,01 de esa taza. ¿Quién capturó ese valor? Cuando les pregunto a mis alumnos qué es lo que buscan cuando compran vestimenta, casi en su totalidad —sin pretender que esto tenga un valor estadístico— la respuesta por defecto es que buscan “calidad”. Sin embargo, sospecho que no es así. Si lo fuera, vestiríamos todos los inviernos los viejos gamulanes que encontramos en los roperos de quienes gustan guardar artículos resistentes. La industria de la vestimenta es bien gráfica y, lo que en realidad compramos, son servicios. El servicio de diseño y el servicio de marketing. No pagamos lo mismo por la misma camisa aunque esté exactamente igual fabricada, tampoco pagamos lo mismo si tiene una banderita o caballito que si no lo tiene. No pagamos lo mismo por una taza de café con independencia de quién la venda. Pagamos un plus por la experiencia de consumo asociada.

Por tanto, en un amplio abanico de industrias, vemos cómo el valor ya no está en el bien —en el caso de la vestimenta, su vigencia será una o dos temporadas—, sino los servicios asociados. Por ejemplo, en su diseño y en lo que nos transmite su marca. En ambos servicios no se precisan economías de escala para producirlos. ¿Vale lo mismo la carne con trazabilidad que sin? La trazabilidad es un servicio que agrega valor a un bien.

El mundo avanza hacia el uso, que es un servicio, y no hacia la propiedad. Antes comprábamos discos, ahora pagamos por el derecho de uso y los escuchamos en streaming. Así podría seguir enumerando cada una de las industrias más tradicionales, cómo los servicios terminan agregando el mayor valor y cómo la propiedad del bien deja de ser algo preciado. Como paradigma central tendremos las modificaciones sustanciales que vendrán en la industria automotriz, que, por múltiples intereses creados, viene rezagada. Aún me resuenan las palabras del CEO de Mercedes Benz cuando dijo que nuestros hijos posiblemente no requieran libreta de conducir. Programarán un auto que los pasará a buscar de forma autónoma. Pagarán por su uso y no por su propiedad.

Para la prestación de servicios de calidad no precisamos grandes máquinas, precisamos talento con infraestructura acorde. ¿Esto implica abandonar la idea de la industria manufacturera nacional? Absolutamente no. Implica concentrarnos en lo que somos capaces de hacer. En lo que somos eficientes y competitivos. Por condición natural, seguiremos produciendo alimentos, pero estará en la calidad de nuestros servicios hacerlo de forma cada vez más productiva y eficiente. Se estima que ya producimos alimentos para 30 millones de personas y que en 12 años podremos producir para 50 millones. Ese salto no será automático. ¿Cómo se hace para casi duplicar la producción con la misma extensión de tierra si no es a través de la investigación, el desarrollo y la ejecución? Y si encontramos alguna rama de actividad en la cual producir una parte de un bien final en nuestro país es viable, bienvenido sea. Pero no debemos olvidar que esa unidad productiva deberá ser inevitablemente un eslabón de una cadena regional o global de valor. Para ello precisamos integración.

Llegado este punto del análisis, podemos concluir que estos factores demasiadas veces se encuentran fuera del debate público. Sin embargo, de esto trata y tratará el mundo. Debemos asegurarnos, bajo el instrumento que sea, la posibilidad de potenciar nuestra estrategia de inserción internacional con el objetivo de incrementar exportaciones de servicios y sumarnos a cadenas de valor. Entre otras cosas, traerá diversificación y no solo de origen de divisas por actividad —diversidad de oferta exportable—, sino que también traerá mayor diversificación de nuestras empresas exportadoras y, en particular, un nicho de desarrollo necesario para nuestras pymes y emprendimientos.

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