Revista del IEEM
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Dialéctica no materialista sobre el ocio

En 1930, Keynes escribió que era evidente que, en cien años, la población de los países desarrollados no trabajaría más de quince horas a la semana. La razón que lo llevaba a hacer tal pronóstico no era otra que el incremento de productividad debido a los avances tecnológicos. Aunque el economista británico le erró por bastante, cierto es que la tendencia mundial a lo largo de los últimos 150 años es a una jornada cada vez más corta. Los derechos sociales del descanso semanal, la semana “inglesa”, el límite de ocho horas, y así sucesivamente, han hecho que se trabaje menos y se descanse más. En principio, nadie se opone a mejores niveles de bienestar, aunque no todo el mundo está de acuerdo con lo oportuno de la reducción. La principal disputa va por el lado de que no puede haber reducción laboral sin mejora en la productividad. Los que están en la vereda de enfrente argumentan que, más allá de la productividad, lo que importa es la calidad de vida y, definen, “trabajar menos es vivir mejor”.

El argumento de la jornada laboral se ha potenciado con la toma de conciencia de la sustitución de trabajo humano por la tecnología. En 2016 presenté junto a mis colegas Ignacio Munyo y Leonardo Veiga un análisis del mapa de puestos laborales uruguayos con la conclusión de que más de la mitad de ellos tenía una alta posibilidad de ser sustituidos por la tecnología en un plazo no mayor a diez años. Más allá de lo acertado del método o de los propios resultados reportados, lo que quedó en evidencia fue lo cualitativo. La tecnología avanzaba sobre los puestos de humanos en una tendencia que, a diferencia de lo sucedido en las anteriores revoluciones tecnológicas, no mostraba signos de sustitución por posiciones más sofisticadas. En los hechos, todo parecía darle la razón al vaticinio de Keynes, aunque con un poco de retraso en lo proyectado.

 

La tesis: trabajar menos nos hace felices

Si uno escucha hablar un poco a la ligera, no es despreciable la cantidad de personas que dicen que hay que trabajar menos. Pero ¿qué significa “trabajar menos”? La primera imagen que me viene a la mente es más tiempo de playa, uso de redes sociales a la sombra de una palmera, juegos virtuales con amigos también virtuales en Mongolia o Costa Rica y cosas por el estilo. En concreto, más tiempo para dedicar al entretenimiento. Esto hasta los propios chinos lo vieron. En el año 2015, en su XII Plan Quinquenal, definieron la creación de un sector potente de entretenimiento. Algunos lo entendieron por el lado de que habría personas a las que les sobraría tiempo, pero asumo que la motivación principal fue la de crear trabajos nuevos en una industria intensiva en mano de obra en posiciones de no muy alta capacitación.

Esta línea, que me gusta llamar “teenager”, es consistente con lo que hace apenas cinco años se presentaba como un trending topic:  la renta universal no condicionada. Un salario para todas las personas sin condicionar por edad, salud, familia o lo que sea. ¿La necesidad? Dado que se estimaba que mucha gente quedaría sin trabajo por el avance tecnológico, no habría más remedio que dar dinero a cambio de nada para que, incluso, lo usen en actividades de ocio durante el tiempo que necesariamente les quedaría vacío. De más está decir que esto no solo no se puso en práctica, sino que el impulso sobre el concepto ha ido perdiendo fuelle a pasos agigantados, tanto que si alguien habla del tema en los ambientes intelectuales queda como un despistado del “mainstream” académico.

 

Si hay una tendencia, ha de haber una contratendencia

A Hegel le atribuimos la lógica dialéctica. Esto es, primero una tesis, luego la antítesis y, por último, la síntesis. En el fondo se trata de nunca plantearse una idea o un pensamiento sin además esbozar el pensamiento contrario. De esta confrontación “honesta” (y no en vano va entre comillas pues lo que suele hacer fracasar este método es la deshonestidad en el conflicto intelectual) surge la síntesis, una verdad superadora del pensamiento original.

¿Cuál sería la contratendencia? No sería otra que argumentar que las personas van a trabajar más en el futuro; no solo eso, también afirmar que la fórmula “menos trabajo es igual a mejor vida” es en realidad verdad en su opuesto, “más trabajo es igual a mejor vida”. Para cumplir con la lógica dialéctica, la antítesis debe colisionar con la tesis buscando el punto donde aquella supera a esta.

¿Es mejor trabajar menos? Si la respuesta fuera afirmativa, deberíamos continuar con su lógica, la que nos llevaría inexorablemente a que lo mejor sería no trabajar nada. Pero es imposible, dirían algunos, hay que trabajar. La respuesta por el opuesto, ¿por qué? Si trabajar menos es mejor que trabajar más, el absoluto de no trabajar ha de ser el sumun. Para seguir con el razonamiento de nuestra antítesis necesitamos sumar algunos conceptos más. Para ello conviene acudir a Michael Sandel.

 

Dos tipos de justicia

Este destacado profesor de Harvard se ha hecho conocer por su crítica fundamentada a la meritocracia. En su libro La Tiranía del Mérito, Sandel menciona que la justicia se desdobla en dos dimensiones.

Por un lado, la justicia distributiva, la que tiene que ver con el acceso de las personas a bienes y servicios, mientras que, por el otro lado, se encuentra la justicia contributiva, que se debe entender como la capacidad de que cada persona haga un aporte real y útil a la sociedad en la que se desarrolla su existencia. Sandel denuncia que, desde los años 90, la globalización ha sido muy exitosa en mejorar el nivel de acceso a bienes. En concreto, muchas personas de clase baja y media accedieron a productos y servicios que eran impensados treinta años atrás. Sin embargo, estas personas, por ejemplo, un operario metalúrgico, que accede a un iPhone de última generación, a una variedad de alimentos amplísima y hasta a viajes de vacaciones que nunca hubiera soñado, se encuentra cada día más frustrado consigo mismo y ensimismado en un enojo con todo lo que lo rodea que no logra entender de dónde viene.

Pero Sandel sí tiene una teoría de su origen. La globalización, esa forma eficiente de producir que le ha permitido tener más cosas, le ha hurtado algo que nunca había considerado. Le ha quitado aquel trabajo en el cual se sentía útil, necesario; aquella ocupación que le daba una identidad y que lo ubicaba como un individuo valioso en su comunidad. Ahora hace tareas menores, se lo complementan con algún tipo de subsidio a la vez que se encuentra con mucho más tiempo libre. Quizás esta persona hoy tiene más dinero y más tiempo para hacer lo que se le ocurra. Pero también tiene menos ocasiones de sentirse útil, de sentirse valorado y de, en definitiva, ser alguien que hace su aporte al mundo que le ha tocado vivir.

 

Buscando la síntesis

Si la tesis es que trabajar menos es mejor y la antítesis dice lo opuesto, quizás de esta confrontación dialéctica tengamos que poner en duda qué es lo que se está entendiendo por el verbo trabajar. Cuando se piensa en el trabajo se lo suele identificar con un tipo de trabajo particular, el trabajo remunerado. Pero el trabajo remunerado es un tipo concreto de trabajo, no el trabajo en sí mismo.

Cuando aquí hablo de trabajo opto por referirme a una actividad que tiene tres características. Se hace con un fin determinado diferente a la acción del trabajo en sí mismo. Cuando podo el rosal que tengo en mi jardín por el placer de hacerlo, la acción no tiene una finalidad más allá de la acción en sí misma. En cambio, cuando podo el mismo rosal con el fin de que se mantenga sano y hermoso, la acción de la poda se hace por un fin externo, diferente a la acción misma. Si no hay finalidad fuera de la acción, solo es un entretenimiento, una acción buena y noble sin duda, pero en lo más mínimo un trabajo.

En segundo lugar, para que una acción sea trabajo ha de ser recurrente. Trabajar implica hacer una y otra vez algo que se vuelve una rutina más allá de que un día tenga ganas o no. Un abuelo se encarga de cuidar a su nieta cuando tiene ganas de verla y jugar con ella. Otro abuelo dedica los lunes de mañana a ocuparse de su nieta, tenga ganas o no tenga. Lo hace debido a que es lunes de mañana. En el primer caso es entretenimiento, en el segundo caso es trabajo.

Por último, por definición, trabajar implica esfuerzo. Por lo tanto, conlleva un acto de la voluntad de hacer lo que hay que hacer cuando toca hacerlo. Una persona asiste a un orfanato para colaborar en el cuidado de los niños allí hospedados, pero hay días que no se siente con fuerzas y se queda en su casa. Esos días la tarea se le hace ardua y prefiere entretenerse con otra cosa. Otra persona acude al orfanato más allá de que haya días que se le haga cuesta arriba, incluso debido a que en ocasiones algunos de los niños son difíciles y su trato lo desanima y agota.

Por lo tanto, aquí tomo la definición de trabajo como una tarea que conlleva esfuerzo, tiene finalidad y es recurrente. En nada aparece en esta definición que sea retribuido por alguien externo. En todo caso, si el trabajo que cumple las tres condiciones recibe una paga, será trabajo remunerado. Pero sin paga también sería trabajo.

 

La síntesis

Según mi juicio, concuerdo en que existe una tendencia a trabajar menos en trabajos remunerados. Trabajos que estoy obligado a hacer para poder obtener mi medio de subsistencia. También acepto que es razonable afirmar que esto se asocia con un mayor nivel de bienestar. Pero este mejor vivir solo se daría si el tiempo libre del trabajo remunerado se vuelca a trabajar en responsabilidades que me hacen sentir útil, que suman valor a la comunidad, que le dan sentido a mi vida.

En definitiva, la tendencia para 2024 y para los tiempos que habrán de venir es, efectivamente, a tener menos tiempo dedicado al trabajo remunerado, pero no más tiempo al ocio. Si así fuera, la igualdad “menos trabajo = más felicidad” no se alcanzaría. La tendencia sana, la que debemos reconocer y aprehender es “menos trabajo remunerado y más trabajo no remunerado = más felicidad”. ¿Estaré en lo cierto? Quizás lo esté. Pero al menos estoy conforme si usted, amigo lector, habiendo llegado hasta aquí, se cuestiona si ese sueño de jubilado golfista o pescador, sea lo que sea lo que su nivel sociocultural le demande, es realmente un sueño por el que vale vivir y luchar. Quizás hay futuros más atractivos y plenos. Estoy abierto a que me lo cuente.

Profesor de Política de Empresa en el IEEM

Ph.D. en Dirección de Empresas, IESE, Universidad de Navarra; máster en Dirección de Empresas, IAE, Universidad Austral; contador público, Universidad de la República (Uruguay); GloColl, Harvard Business School.

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