Revista del IEEM
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Los ríos más profundos son los más silenciosos

En estos tiempos de discusiones partidarias, cerradas y vehementes sobre temas importantes o banales, con ocasión o sin ella, encontré una frase que no conocía y que me sorprendió, sobre todo por el autor a quien se le atribuye, Ernesto “Che” Guevara: “El silencio es una discusión llevada a cabo por otros medios”. Aunque admite varias lecturas, esta frase recuerda la famosa máxima de Von Calusewitz: “La guerra es la continuación de la política por otros medios”. Y es verdad: la guerra es la derrota del diálogo y de la búsqueda de acuerdos. Como resume el papa Benedicto XVI: “El compromiso es la verdadera moral de la actividad política” (Liberare la libertà, Cantagalli, p. 65). Si esto fracasa, se llega a los conflictos.

Hemos reflexionado más de una vez en estas columnas sobre cómo la paciencia forma parte de la virtud de la fortaleza y es una manifestación de esta. Si queremos demostrar fortaleza, antes de hacer declaraciones explosivas —que nos quitan autoridad moral—, deberíamos reflexionar profundamente sobre el riesgo de caer en una espiral de violencia, al menos verbal, ya sea en la política, en el trabajo o en la familia. ¿Qué es si no el fracaso de la política la guerra en Ucrania? Liderazgos demasiado débiles o demasiado fuertes, que se amenazan con ladridos y proyectiles. Aunque también aquí hay otras motivaciones geopolíticas e históricas más amplias que un simple conflicto fronterizo.

Viniendo a nuestro país: ante la cerrazón y radicalidad con que se debaten temas urgentes y vitales —como la educación y la bomba de tiempo de la seguridad social—. ¡Qué bien vendría una moratoria de declaraciones, más autodisciplina y más trabajo, para que haya serenidad! A veces duele escuchar a expertos imprudentes que pontifican en los medios, o a “graduados en la Universidad de Twitter” que “fogonean” sin descanso y sin argumentos de fondo.

Si queremos demostrar fortaleza, antes de hacer declaraciones explosivas deberíamos reflexionar profundamente sobre el riesgo de caer en una espiral de violencia, al menos verbal, ya sea en la política, en el trabajo o en la familia.

Ya hace un siglo, Karel Capek (1890-1938), dramaturgo, novelista, periodista checo que acuñó el concepto de robot, preguntaba: “¿Te imaginas el silencio que habría si todos dijeran solo lo que saben?”. Ante las crisis sociales o en las empresas, no se necesitan comentarios incendiarios, sino bomberos trabajadores, con poco ruido, que estudien los problemas y propongan soluciones realistas, sabiendo motivar a los demás.

En las redes sociales, la inmediatez alimenta la superficialidad y la violencia verbal. Y se repiten calumnias sin verificar la veracidad de lo reenviado. En el ámbito familiar y social ¡cuántas discusiones inútiles se dan por motivos banales! Para evitarlas, la mayoría de las veces sería suficiente con que uno de los dos se dé cuenta de que en ese momento es más importante la unidad familiar —o la amistad enriquecedora— que tener razón en un asunto puntual y poco relevante; y se llame al silencio para luego, con más calma, volver a hablar del tema. Ante una discusión, muchas veces es necesario callar, esperar, pensar y luego argumentar. En el silencio hay ausencia de palabras, es verdad. Pero también los silencios tienen una presencia y muchas veces comunican algo que no se dice con palabras.

Reflexionando sobre el amor matrimonial, el papa Francisco pide: “Amplitud mental, para no encerrarse con obsesión en unas pocas ideas, y flexibilidad para poder modificar o completar las propias opiniones. Es posible que, de mi pensamiento y del pensamiento del otro pueda surgir una nueva síntesis que nos enriquezca a los dos. La unidad a la que hay que aspirar no es uniformidad, sino una ‘unidad en la diversidad’, o una ‘diversidad reconciliada’. En ese estilo enriquecedor de comunión fraterna, los diferentes se encuentran, se respetan y se valoran, pero manteniendo diversos matices y acentos que enriquecen el bien común.

En el silencio hay ausencia de palabras, es verdad. Pero también los silencios tienen una presencia y muchas veces comunican algo que no se dice con palabras.

Hace falta liberarse de la obligación de ser iguales. También se necesita astucia para advertir a tiempo las ‘interferencias’ que puedan aparecer, de manera que no destruyan un proceso de diálogo. Por ejemplo, reconocer los malos sentimientos que vayan surgiendo y relativizarlos para que no perjudiquen la comunicación. Es importante la capacidad de expresar lo que uno siente sin lastimar; utilizar un lenguaje y un modo de hablar que pueda ser más fácilmente aceptado o tolerado por el otro, aunque el contenido sea exigente; plantear los propios reclamos, pero sin descargar la ira como forma de venganza, y evitar un lenguaje moralizante que solo busque agredir, ironizar, culpar, herir. Muchas discusiones en la pareja no son por cuestiones muy graves. A veces se trata de cosas pequeñas, poco trascendentes, pero lo que altera los ánimos es el modo de decirlas o la actitud que se asume en el diálogo” (Amoris Laetitia, p. 139).

Hace veinte siglos, Quinto Curcio Rufo escribió la frase que se recoge en el título de esta columna: “Los ríos más profundos son siempre los más silenciosos”. La madurez y el aplomo requieren cultivar espacios interiores de serenidad, para hacer más profundo nuestro trabajo, descubrir su dimensión de eternidad, no perder la dimensión amplia de la realidad, entablar relaciones fluidas con nuestros colaboradores, etc.

Para quienes deseen ampliar estas reflexiones, recomiendo el libro La fuerza del silencio: frente a la dictadura del ruido (Editorial Palabra, 2017). Esta obra es una larga conversación entre el Cardenal Robert Sarah —nacido en Guinea, con estudios superiores en Francia, Roma y Jerusalén— y el escritor Nicolas Diat, que nos ayuda a reflexionar sobre cómo el ruido nos impone su dictadura un día y otro, hasta el punto de que vamos perdiendo sensibilidad; y un síntoma de esto es que pocas veces añoramos el silencio, arrastrados por la corriente caudalosa de ese río superficial de lo inmediato y bullicioso. El autor argumenta que el ruido genera el desconcierto del hombre, mientras que en el silencio se forja nuestro ser personal, nuestra propia identidad. La verdadera revolución —dice el Cardenal— viene del silencio, que nos conduce hacia Dios y los demás, para colocarnos humildemente a su servicio. Y nos propone la siguiente pregunta: ¿Pueden aquellos que no conocen el silencio alcanzar la verdad, la belleza y el amor? La respuesta de la historia del arte y la ciencia es innegable: todo lo que es grande y creativo está relacionado con el silencio. Dios mismo es silencio, o —como dice un autor espiritual— “habla bajito” y hay que hacer silencio para escucharlo.

La madurez y el aplomo requieren cultivar espacios interiores de serenidad.

En ese libro se enlazan y enumeran hasta 365 pensamientos, hondos y variados, a propósito del silencio y sus efectos, que concluyen con esta síntesis: «Si bien el habla caracteriza al hombre, el silencio es lo que lo define, porque la palabra hablada solo adquiere sentido en virtud de ese silencio». La sabiduría popular lo recoge en un dicho, que le gusta citar al papa Francisco: “Hace más ruido un árbol que cae que un bosque que crece”.

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Comentarios (1)

  • Luis Silveira

    Fantástico , muy claro y oportuno en este mundo convulsionado , SILENCIO que bueno y Dios quiera nos ilumine para aplicarlo , cuanto mejor sería la empresa y la vida familiar Gracias

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