Revista del IEEM
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China versus Estados Unidos: la pelea por el futuro

El 16 de enero de 2017, Xi Jinping se convertía en el primer presidente de la República Popular China en hablar ante el Foro Económico Mundial (WEF), en el que cada año se dan cita las élites financieras y políticas del mundo. Allí, en el exclusivo resort de esquí de Davos, Suiza, el líder chino se presentó como un campeón de la globalización.

Mientras tanto, en el Mall de Washington ya estaba todo preparado para la toma de posesión de un nuevo presidente: Donald Trump, quien, junto con el movimiento del Brexit y otras nuevas expresiones políticas en Europa, encabezaban la rebelión populista que por entonces se levantaba contras las élites en varios puntos del mundo desarrollado.

Trump había llegado a la Casa Blanca con un discurso antiglobalización: amenazando con echar por tierra tratados comerciales y el Acuerdo de París sobre el cambio climático; promesas que más tarde cumpliría a poco de asumir la presidencia.

El contraste no podía ser mayor. Allí, ante los escuderos dorados de la globalización que detestaban a Trump, Xi “capturó el sentido de la ocasión”, diría Maquiavelo, y pronunció un discurso que es una de las mejores defensas de la globalización y del multilateralismo que se hayan hecho en ese exclusivo cónclave anual. Y sin nombrar a Trump, el líder chino remató: “Como dice el refrán, los hombres de astucias menores se dedican a asuntos que son triviales, mientras que los hombres de gran visión se ocupan de la gobernanza de las instituciones”.

Los acalorados aplausos al presidente chino resonaron como un eco interminable entre las frías montañas de los Alpes suizos. De pronto, ante el vacío que dejaba el nuevo presidente de los Estados Unidos, Xi Jinping se había convertido inesperadamente en el líder del mundo globalizado. Y era nada menos que el “Partido de Davos” quien le daba la bienvenida.

Los tiempos han cambiado. Trump ya no está en la Casa Blanca, y la pandemia ha conjurado en buena medida la amenaza de los postergados del sistema. El nuevo inquilino se llama Joe Biden, un viejo amigo de Davos y de los líderes del mundo globalizado.

Además, esas élites y el propio Biden ya no hablan precisamente de globalización con China, sino de lo contrario: “decoupling”; esto es, desacoplar sus economías de la de China como fábrica del mundo y como destino de sus empresas y sus inversiones de capital.

Hace unos días, Xi volvió a hablar en el WEF y otra vez se presentó como el gran impulsor de la globalización. Desde el año pasado, debido a las restricciones del Covid-19, el Foro de Davos ya no se realiza en forma presencial en el famoso enclave suizo, sino por teleconferencia. Así lo hizo el presidente chino el pasado 17 de enero en su “mensaje especial”; pero aquellos aplausos de hace cuatro años ya no los habría escuchado ni aunque lo hubiese dado en persona.

Beijing no solo se encuentra en una pugna con Washington en varios planos por el liderazgo mundial, sino que además es duramente cuestionado en Occidente por la represión a las libertades civiles en Hong Kong, por la situación de derechos humanos en Xinjiang y por el a menudo agresivo diferendo que sostiene con sus vecinos en aguas internacionales del Mar Meridional de China.

Así, aunque Trump en su día fue muy criticado por desatar la llamada “guerra comercial”, Biden no solo la ha continuado, sino que la ha extendido a otros rubros, como al tecnológico y, peligrosamente, también al militar. Y en todo caso, era el decurso natural que habrían de tomar estas dos potencias: el inevitable choque de trenes que se produce cuando una potencia emergente amenaza con sobrepasar y sustituir a la gran potencia ya consolidada en el liderazgo mundial. Graham Allison llamó a esto la “Trampa de Tucídides”, situación que describió como de inexorable tendencia hacia la guerra.

Si las tensiones de hoy entre Washington y Beijing habrán de terminar en un conflicto armado a gran escala o no, no podemos saberlo; y en todo caso, entra en el terreno de las especulaciones evitables. Se menciona en forma insistente que Taiwán podría ser la piedra de la discordia. Pero mientras Beijing no decida tomar control efectivo de la isla, pocos motivos tendrá Washington para lanzar un ataque en represalia.

Parecería que, al menos de momento, el liderazgo global pasa menos por la cantidad de misiles y el poderío militar y más por la supremacía tecnológica y comercial.

En ese sentido, el mensaje de XI Jinping en Davos coincidió con el anuncio de un crecimiento del 8,1 % del PBI chino, el mayor en una década. Y la concreción del área de libre comercio más extensa del mundo, la Asociación Económica Integral Regional (RCEP), seguramente consolidará esa tendencia iniciada a fines de los ochenta por Deng Xiaoping, y que ha convertido a China en el mayor milagro económico en la historia de la humanidad. Ningún país ha creado tanta riqueza en tan poco tiempo.

El comercio de China con sus socios de la Belt and Road Initiative (BRI), la multibillonaria nueva Ruta de la Seda con países socios en casi todos los continentes, también creció 27,5 %. Y China continúa siendo el país que mayor inversión extranjera directa recibe.

En lo tecnológico, la China de Xi apuesta por un acelerado desarrollo en Inteligencia Artificial, microchips, biotecnología, exploración espacial y computación cuántica. Y el sueño más preciado del líder chino: el proyecto de “la Gran Bahía” (Grand Bay Area, GBA), en Shenzhen, donde se encuentran los gigantes de la tecnología, como Huawei y Lenovo. Xi cree que pronto sustituirá a la Bahía de San Francisco como el eje del Silicon Valley chino, conectando a Hong Kong con media docena de ciudades costeras en el sur de China.

Hasta ahora, Estados Unidos nunca ha cedido su dominio a ningún país, siempre un paso adelante en el liderazgo de la economía del futuro. Xi espera que este sea su Waterloo. Pero no será sencillo: superar a EE. UU. en innovación, su mera especialidad, la sociedad más innovadora del último siglo y medio largo, de donde han salido prácticamente todos los avances tecnológicos que nos han mejorado la vida —desde el teléfono, hasta Internet, pasando por el automóvil en serie—, podría acabar siendo una tarea imposible.

En todo caso, será el mayor enfrentamiento de la historia entre dos potencias antagónicas. Una pelea por el futuro para alquilar balcones.

Autor

Analista internacional y columnista del diario El Observador

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