Revista del IEEM
TOP

De Uruguay al norte

Influyentes legisladores de Estados Unidos y la embajadora de Estados Unidos en Uruguay afirmaron recientemente que existen posibilidades reales de avanzar en un Tratado de Libre Comercio (TLC) con Uruguay en 2025.

Hoy en día, EE. UU. es un gran proveedor de bienes para Uruguay y uno de los mayores mercados para los bienes y servicios uruguayos. Las principales importaciones de Uruguay desde EE. UU. son petróleo, plásticos, sustancias químicas, insumos químicos para la agricultura, equipos telefónicos, motores y turbinas eléctricas, maquinaria agrícola y computadoras. Los principales productos de exportación de Uruguay a EE. UU. son software, servicios de TI, carne vacuna, madera, cítricos y miel. Según cifras oficiales, en Uruguay operan unas 150 empresas estadounidenses.

Un gran beneficiario de un TLC con EE. UU. sería el sector cárnico y todos sus sectores relacionados—el efecto multiplicador de la industria cárnica es el más alto de la economía uruguaya según la Matriz de Insumo Producto—. Uruguay representa el 3 % de las importaciones de carne de EE. UU., cifra que se mantiene estable desde hace un par de décadas debido a que existe una cuota con arancel preferencial para exportar a EE. UU. (Dentro de esta cuota, el arancel es del 1 %; fuera de la cuota, la tasa es del 26 %).

Según informantes calificados, si se eliminara el arancel del 26 %, las actuales exportaciones de carne a EE. UU. podrían fácilmente multiplicarse por tres. Parte del incremento vendría de las actuales exportaciones a China y parte de un incremento en la producción. La carne vacuna uruguaya tiene atributos valiosos para los consumidores norteamericanos: es natural, alimentada con pasto, orgánica, alineada con el bienestar animal, sostenible y libre de hormonas. EE. UU. importa cuatro veces el total de la producción de carne del Uruguay.

 

Lo que nos une

La relación comercial entre Uruguay y EE. UU. ya es profunda y está íntimamente ligada a una cercanía histórica, hija de principios compartidos.

Mientras la mayoría de los líderes de las gestas independistas de la América hispánica actuó bajo el influjo intelectual de la Revolución Francesa, nuestro prócer José Gervasio Artigas tuvo una marcada influencia del filósofo y político Thomas Paine, considerado uno de los padres fundadores de EE. UU., referente del liberalismo y el republicanismo. Estudios historiográficos del siglo XX comprobaron que lineamientos importantes de las Instrucciones del Año XIII, el principal documento del ideario artiguista, reflejan nociones inspiradas en la Declaración de la Independencia de EE. UU., la Constitución Federal (1789) y las constituciones de los estados de Massachusetts, Nueva Jersey, Pennsylvania y Virginia.

Desde el lado de EE. UU., puede destacarse el reconocimiento bastante rápido a Uruguay como nación independiente, seis años después de la aprobación de nuestra primera Constitución, y relaciones diplomáticas regulares desde 1897.

Más acá en el tiempo, es posible observar coincidencias en la defensa de valores democráticos en la posición de Uruguay en torno a los conflictos bélicos. En la frase “somos neutrales porque no participamos en las hostilidades, pero no somos imparciales y menos indiferentes”, de Baltasar Brum, ministro de Relaciones Exteriores en el gobierno de Feliciano Viera, sobre la postura de Uruguay en la Gran Guerra, y que se mantuvo durante la Segunda Guerra Mundial, bien puede verse como una huella de las perspectivas próximas.

Y, en el siglo XXI, acontecimientos más familiares como el estrecho vínculo entre los presidentes George W. Bush y Jorge Batlle, que luego se cristalizó en la posibilidad de avanzar en un TLC durante el gobierno de Tabaré Vázquez.

Una mención especial merece la intervención del propio Bush para que Uruguay recibiera un préstamo de emergencia extraordinario de USD 1,5 millones en la crisis bancaria de 2002, de graves consecuencias económicas y financieras, algo muy excepcional en aquel contexto.

Desde entonces, han sido notorios los vínculos comerciales entre las dos naciones, trascendiendo el color político de los partidos en posición de gobierno. En 2004, EE. UU. y Uruguay firmaron un Acuerdo de Cielos Abiertos para flexibilizar el transporte aéreo; en 2005, un Tratado Bilateral de Inversiones que confiere un trato igual a las inversiones provenientes de ambos países; en 2007, un Acuerdo Marco de Comercio e Inversiones con el propósito de fomentar un clima de negocios atractivo, así como aumentar y diversificar el comercio bilateral de bienes y servicios. Y en ese último año de tensión en las relaciones de Argentina y Uruguay, Tabaré Vázquez obtuvo apoyo y comprensión por parte de Bush en caso de que escalara el conflicto con el gobierno de Néstor Kirchner por la instalación de plantas de celulosa en la orilla oriental del río Uruguay.

Desde 2023, Uruguay forma parte de la Alianza para la Prosperidad Económica de las Américas (APEP por sus siglas en inglés), promovida por el presidente estadounidense, Joe Biden. La iniciativa se enmarca en una nueva estrategia de política exterior de EE. UU. que promueve la relocalización de las inversiones estadounidenses y las cadenas de valor en países occidentales que estén verdaderamente comprometidos con los valores de la democracia liberal, una iniciativa que se explica por la rivalidad mundial entre Washington y Pekín.

Aunar la visión común en torno a la democracia, el estado de derecho y la importancia del cuidado del medio ambiente, con el círculo virtuoso del comercio recoge, de algún modo, el mejor legado kantiano para el cuidado de la paz.

Un TLC con EE. UU. sería un mojón natural de un largo camino. Mientras tanto, es posible avanzar mediante un plan estratégico que defina cómo se pueden aprovechar mejor los numerosos instrumentos de promoción de comercio e inversión que están en marcha.

La membresía plena de Uruguay al Mercosur es un asunto que siempre estará sobre la mesa. Pero dado que en más de 30 años los países miembros no pudieron avanzar en los pasos requeridos para transformarse en un mercado común, no debería ser un obstáculo para que Uruguay avance en TLC con otros países; siempre en consulta y coordinación con el resto de los países del bloque.

El escenario de salida del Mercosur está fuera de la agenda. Varias empresas uruguayas dependen exclusivamente de las exportaciones a Brasil bajo regímenes especiales aprobados en el Mercosur. Aquí entran las industrias locales que importan insumos en admisión temporal y generan valor agregado para tener origen Mercosur y entrar a Brasil sin pagar arancel. En la misma línea, el año pasado Uruguay y Brasil llegaron a un acuerdo para permitir las exportaciones desde las Zonas Francas de Uruguay a Brasil, lo que es una gran oportunidad para incrementar el comercio.

Existe evidencia clara de que el comercio genera crecimiento económico y desarrollo. Por supuesto, no es sencillo: la apertura de los mercados debe ir acompañada de otras políticas públicas que contribuyan a mejorar la calidad de vida de la población. La apertura no solo proporciona acceso a los mercados, los beneficios se amplifican al reducir los aranceles sobre los bienes utilizados en el proceso de producción, lo que reduce los costos generales y mejora la competitividad. Además, la apertura comercial estimula la innovación, una relación que es aún más fuerte en las economías emergentes a través del “intraemprendimiento” en las empresas existentes.

Los valores compartidos, junto con el reconocimiento a la estabilidad política y económica de nuestro país, y la proyección de un TLC que plantean públicamente connotados políticos norteamericanos, son dos pilares muy firmes para que Uruguay redoble el esfuerzo por más y mejor comercio con EE. UU.

Profesor de Economía en

PhD en Economía, Universidad de San Andrés (Argentina); máster en Economía, Universidad de Chicago; Programa de Alta Dirección, IEEM, Universidad de Montevideo; licenciado en Economía y Analista en Contabilidad y Administración, Universidad de la República (Uruguay); GloColl, Harvard Business School.

Postear un comentario