Revista del IEEM
TOP

¿Fin de la globalización?

Primero, lo primero: ¿qué entendemos por globalización? Una definición, que ayuda a responder la pregunta de este artículo, es la creciente interdependencia entre economías, poblaciones y culturas, provocada por el intercambio de bienes, servicios y tecnología, y el flujo de capitales, personas e información.

El sociólogo inglés Anthony Giddens expresó que la globalización es “la forma en la que vivimos”. Más tarde Francis Fukuyama agregaría que esa “forma” es la de Occidente, que, tras ganar la Guerra Fría, exportó la democracia y el liberalismo para convertirse en “el modelo” aceptado en todo el mundo.

Tras la caída del Muro de Berlín se inició la tercera y gran ola de la globalización. Una especie de “globalización con esteroides”, según el Foro Económico Mundial. Tan así que en 2005 el periodista Thomas Friedman se animó a publicar un libro titulado El mundo es plano, explicando que se eliminaron la barreras físicas y virtuales entre países, y la globalización es el estándar.

Y si vemos las cifras del DHL Global Connectedness Index para 2022, parece que la globalización sigue fuerte y pujante, al menos según los cuatro indicadores que manejan: flujo de bienes, capitales, información y personas.

Después de desplomarse debido a la pandemia, el flujo mundial de bienes rebotó a índices mayores que la prepandemia para fines de 2020 y logró récords a inicios de 2021. La causa: una enorme demanda de bienes. En Estados Unidos el consumo real creció un 17 % entre 2019 y 2021, casi tan rápido como después de la Segunda Guerra Mundial.

Como los bienes, los flujos de capital también se desplomaron al inicio de la pandemia, pero también se recuperaron. La inversión extranjera directa volvió por encima de los niveles prepandemia en 2021, más allá de que la inversión en rubros manufactureros siguió débil, debido a los cuellos de botella en las cadenas de suministros globales.

La información fluye, el crecimiento de esta se vio duplicado durante la pandemia en 2020, aunque fue extraordinario. El flujo de información continúa en ascenso, pero tuvo un crecimiento más lento en 2021 que en 2019. La contracara de este fenómeno es la creciente ciberseguridad: las denuncias que recibe el FBI se duplicaron en Estados Unidos del 2019 al 2021, y el bloqueo de algunas redes sociales en los dos hemisferios.

Por último, el indicador menos positivo es el flujo de personas. En 2020, el número de viajeros hacia otros países cayó un 73 % y en 2021 no mejoró prácticamente nada, cayendo 71 % con respecto a los datos prepandemia. El COVID-19 redujo tres décadas de crecimiento en el flujo de personas. En el sector de negocios, el Zoom y otros sustitutos de los viajes llegaron para quedarse. Sin embargo, la pandemia tan solo frenó el crecimiento de la inmigración internacional. El número de personas viviendo fuera de su país de origen aumentó dos millones en 2020, pero fue un 27 % menos de lo que la ONU había pronosticado.

Después del colapso provocado por el COVID-19, el flujo de bienes, capitales, información y personas se ha recuperado y parece que todo ha vuelta a la normalidad, ¿no?

 

Apuntes para dudar de la globalización

El Foro Económico Mundial tilda de “escépticos” a aquellos que hoy se muestran pesimistas con respecto a la globalización. Sin embargo, hay varios fenómenos que hablan de que el modelo hace tiempo viene perdiendo adeptos. Como todo proceso, los límites de inicio y fin son difusos.

En 2001 dos aviones destruyeron el símbolo del capitalismo en el corazón de Occidente. Y el mensaje fue claro: manténganse por fuera de los asuntos musulmanes y no intenten imponer su cultura y sus valores en nuestras tradiciones. En 2008, tras la gran crisis iniciada en el mercado inmobiliario de EE. UU., el modelo económico quedó expuesto. Y la interdependencia, como en la Crisis del 29, demostró ser un riesgo. En 2016 se dieron dos fenómenos antiglobalización: el Brexit y Trump electo presidente. Tres años más tarde, el COVID-19 cortaría todos los flujos, desnudando la fragilidad de las cadenas de suministros, mientras que la guerra en Ucrania disparó la inflación y amenaza los abastecimientos energético y alimentario.

Son apenas síntomas de algunas causas en contra de la globalización. Francis Fukuyama cambió su tesis y publicó Identidad (2018), libro en el que explica que esta fragmentación se debe a los thymotic desires. Esta es la necesidad de ser visto, respetado, apreciado. Si las personas sienten que son invisibles y, como explica Michael Sandel, que no tienen lugar para contribuir a la sociedad, no importa que sean clase media, lo van a sentir injusto, se van a resentir y van a querer cambiar esa situación indignante, de forma agresiva. El primer problema con estos deseos timóticos es que no puedan satisfacerse con dinero, y que son caldo de cultivo para líderes populistas.

Segundo, la mayoría de las personas manifiestan una fuerte lealtad a su nación. Y, para servir a la globalización, sienten que deben adaptarse a imposiciones de organismos multilaterales y de corporaciones globales, que eclipsan a la nación. Macron, por ejemplo, está bajo enorme presión popular, que condena una actitud servil de Francia hacia Estados Unidos, lo que lo ha llevado a negociar directamente con Xi Jinping.

Tercero, las personas se mueven por valores morales, muy arraigados en su cultura, y sienten la necesidad de pelear por esos valores que sienten atacados. Y el gran tema acá es que los valores de Occidente son los que Joseph Henrich explica como “raros”. Nosotros, burgueses, consumistas, egoístas, somos los raros. Solo 40 países de 180 no apoyaron la censura a Rusia tras la invasión a Ucrania. Pero estos suponen más del 50 % de la población mundial. El concepto de matrimonio, género y familia, por nombrar algunos, tienen connotaciones muy diferentes más allá de Occidente. Y esto genera roces.

Cuarto, y no último, las personas quieren sentir que hay orden. Nada es peor que el caos y la anarquía. Y la democracia se ha mostrado muy ineficiente para garantizar el orden. El informe de “Libertad en el mundo 2022” señala que el mundo ha tenido una caída democrática 16 años seguidos. La recesión democrática se está profundizando. Solo dos de cada diez personas viven en estados democráticos plenos. ¿Esto es reflejo de la globalización?

Sumemos a esto la división que está provocando la guerra en Ucrania. Dos bandos marcados ideológicamente, entre los que se está disputando qué modelo marcará las reglas para los próximos años. China observa cómo EE. UU. gasta enormes recursos, mientras cuestiona las ventajas del modelo: ¿treinta años de esto para terminar con inflación y desabastecimiento?

La historia enseña que la globalización siempre requirió de una nación empujando para expandirla y fortalecerla. Romanos, mongoles, islamitas, españoles, ingleses, y americanos y chinos actualmente. Sin embargo, del lado de Occidente cuesta encontrar una figura con la fortaleza y el liderazgo para volver a marcar el rumbo. Hoy parece que hay otras prioridades y no están pudiendo atacar todos los frentes.

La globalización como interdependencia económica no terminará. Los empresarios la precisan demasiado para beneficiarse de eficiencias y agujeros impositivos. Pero la globalización como una visión compartida sobre cómo funciona el mundo, sin duda que está en pausa y en retroceso.

Doctorado en Administración de Negocios (en curso), ESEADE (Argentina); máster en Dirección y Administración de Empresas, IEEM, Universidad de Montevideo; licenciado en Comunicación, Universidad de Montevideo; profesor de Dirección Comercial en el IEEM.

Postear un comentario