Revista del IEEM
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Información, credibilidad y negocio: periodismo en tiempos de noticas falsas

Cuando en 1787 uno de los “padres fundadores” de los Estados Unidos, Thomas Jefferson, le escribió a un amigo en una carta: “Si tuviera que decidir si debemos tener un gobierno sin periódicos o periódicos sin gobierno, no dudaría en preferir lo segundo”, no imaginaba los dolores de cabeza que la prensa le iba a traer en el futuro. Tantos que, cuando los diarios comenzaron a criticar con insistencia algunas de sus decisiones, Jefferson llegó a asegurar: “Ahora no se puede creer nada que sea visto en un periódico”. La anécdota, relatada hace unos meses en un editorial de The New York Times titulado “La prensa libre te necesita”, es la principal prueba de por qué es importante el trabajo de los periodistas: porque investigan las decisiones políticas sin importar el color de los partidos, generan transparencia y, como se suele decir, ejercen el “cuarto poder”. Es decir, en los Estados de derecho, tienen la responsabilidad de controlar al Poder Ejecutivo, al Legislativo y al Judicial con sus informaciones.

El papel de los medios de comunicación resulta esencial en una sociedad democrática. Sin embargo, el contexto actual ha hecho replantearse a las empresas periodísticas, a los profesionales de la información y a los lectores algunas de las funciones históricamente atribuidas a la prensa. Nos movemos en “tiempos de posverdad”, una manera de obrar definida por la Real Academia Española (RAE) como la “distorsión deliberada de una realidad, que manipula creencias y emociones con el fin de influir en la opinión pública y en actitudes sociales” que se ha convertido en moneda corriente en determinados ámbitos políticos. El fenómeno de la posverdad se difunde en tiempo real a través de páginas web de difusa propiedad, cuentas anónimas de Twitter y mensajes masivos de WhatsApp, y ha impactado de manera directa en la credibilidad de los medios. En ocasiones, por una asociación injusta, pero también por errores propios como difundir informaciones sin corroborar o con errores ortográficos, gramaticales y conceptuales.

Como plantea el periodista español Álex Grijelmo, la propia extensión del término “posverdad” ha supuesto la primera victoria a quienes la utilizan para sus intereses: “Podemos preguntarnos sobre todo si ‘posverdad’ no formará parte de lo que la propia palabra denuncia, si no estará desplazando a vocablos más indignantes, como ‘mentira’, ‘estafa’, ‘bulo’, ‘falsedad’… El engaño siempre existió, sí, pero antes todos decían luchar contra él. Ahora, por el contrario, se empieza a cultivar como una buena técnica profesional el revoltijo de trampas de lenguaje basadas en el sensacionalismo, los sobrentendidos, la insinuación, la alusión, la presuposición, los eufemismos. Y si se trata de definir ese paquete, lo de ‘posverdad’ suena realmente a broma. Porque puede que estemos llamando ‘era de la posverdad’ a la ‘era de la manipulación’”.

¿Qué deben hacer los periodistas en este escenario? La respuesta es sencilla pero compleja: deben dar información veraz, contrastada y de calidad. Es decir, deben hacer lo que siempre han hecho, independientemente del contexto. La mejor defensa contra la posverdad es, para el periodista, realizar buen periodismo. Es hoy más necesario que nunca seguir el consejo que la agencia City News Bureau of Chicago daba a sus redactores: “Si tu madre te dice que te quiere, verifícalo”. El buen periodismo contrasta la información, se preocupa por dar voz a diferentes fuentes, garantiza la calidad de los testimonios, sale a la calle, habla con los protagonistas y aporta valor en los textos. Si no se siguen estas prácticas, se corre el riesgo de caer en el periodismo de declaraciones y en la opinión. Como aseguraba el periodista catalán Josep Pla, “describir es mucho más difícil que opinar”, y lo es porque exige trabajo periodístico. Describir implica asegurarse de la exactitud de lo que se cuenta y no cobijarse en la “libertad de opinión”.

Sin olvidarse de su fin principal, los medios se han visto obligados también a explicar su trabajo a los lectores. A recordar, por ejemplo, que el origen de la información es relevante, y no es lo mismo una noticia aparecida en un diario serio que un texto de un blog de un ciudadano anónimo: al medio se le presupone haber comprobado, al menos, la veracidad de la información. A recordar, también, como hizo The New York Times en una campaña de marketing en 2017, que la verdad es difícil de encontrar, pero también es más necesaria que nunca. Y a recordar, por último, que, dentro de un mismo periódico, no es lo mismo una noticia, que una entrevista, que un texto de opinión. Así lo hacen ahora en su página web los dos diarios de información general más vendidos de España, El País y El Mundo. Ambos medios forman parte de The Trust Project, “un consorcio internacional de periódicos de máxima relevancia que está desarrollando estándares de transparencia que contribuyan a la práctica de un periodismo de mayor calidad y credibilidad”. En ese marco, las dos publicaciones incluyen una “i” (de información) encima del titular de los artículos publicados, que despliega un texto que explica, por ejemplo, que la columna de opinión “transmite ideas y extrae conclusiones basadas en la interpretación de hechos y datos por parte del autor” para que el lector sepa a qué tipo de contenidos se enfrenta y qué esperar de ellos. Este tipo de acciones tiene que ver con la llamada educación mediática: parece necesario educar a los lectores para que aprendan a leer las noticias y a discernir qué contenidos son periodísticos y cuáles podrían ser simple desinformación. De hecho, en Estados Unidos ya se ha empezado a ofrecer cursos de Media Literacy en algunos colegios y también programas orientados a un público adulto.

Se da en el periodismo actual, por tanto, un entorno desafiante que obliga a los diarios a explicar cuál es su finalidad y se mantiene, asimismo, la importancia de los medios como representantes del “cuarto poder”. Pero para que ambas cuestiones se puedan desarrollar, hay un factor esencial previo que condiciona las buenas prácticas informativas: la sostenibilidad económica. Como explica Arthur Gregg Sulzberger, editor de The New York Times en una entrevista reciente, “tiempo y recursos son las dos cosas que más amenazadas se encuentran en nuestro sector”. En otras palabras, para poder tener tiempo y cumplir su cometido, los medios necesitan dinero. Necesitan personas dispuestas a pagar por recibir información de calidad.

Las empresas periodísticas, por su parte, tienen que pensar también hacia dónde quieren ir, y lo están haciendo. Algunos medios han apostado por el muro de pago en diferentes formatos para visualizar sus contenidos. Así lo hacen en Uruguay los diarios El País y El Observador, que ofrecen contenidos exclusivos para los lectores suscritos, y la diaria, que permite acceder a un número de artículos gratuitos al mes (hasta 20 para las personas registradas) y ofrece acceso ilimitado a los lectores que pagan por su suscripción. No es el único camino. En el extranjero, el diario alemán Westdeutsche Zeitung ofrece la opción de comprar tiempo de lectura. Los tres primeros minutos son gratis; después, se pueden adquirir bonos de 180 minutos de lectura por unos USD 10. Otros medios ofrecen todos sus contenidos de manera gratuita, pero piden a su comunidad de lectores que contribuya económicamente con la cantidad que puedan o quieran para preservar la independencia informativa del medio. Ese es el camino que siguen, por ejemplo, el británico The Guardian, la radio pública estadounidense (NPR) o el periódico digital español eldiario.es. La idea está relacionada con el concepto de comunidad. Los lectores y los oyentes de esos medios entienden que la labor periodística de esas empresas es buena y necesaria; no quieren que desaparezcan y por eso las apoyan. No se limitan a leer el diario o a escuchar la radio, además defienden a su medio con un aporte que permite a los grupos de comunicación ofrecer mejor información.

Más allá de buscar cómo monetizar la información, los medios también están haciendo el ejercicio de pensar qué contenidos deben ofrecer, dónde está la calidad y qué hace que los lectores paguen por la información. Las respuestas, en este caso, no se refieren solo a la cantidad de periodistas sino a en qué cuestiones se realizan inversiones. La última ampliación de plantilla de The Wall Street Journal, como explicaba el periodista Vicente Lozano en el diario El Mundo, no solo consistió en incorporar periodistas, sino en sumar personas que ayudasen a “desarrollar comunidad” y a investigar “las nuevas audiencias”. Hoy los diarios tienen herramientas que ayudan a saber no solo qué contenidos lee la audiencia, sino incluso en qué momento abandonaron la lectura. Se pueden detectar los temas de interés y si se han contado de la mejor manera.

Los medios están, por tanto, en una encrucijada que puede ser una oportunidad para mejorar. Su tarea es tan importante como siempre, pero para ser sostenible deben ser capaces de ofrecer contenidos que aporten un valor por el que los lectores estén dispuestos a pagar. Las buenas prácticas profesionales, el rigor y la calidad de los contenidos marcarán en buena medida el futuro económico de los medios.

Autor

Decano de la Facultad de Comunicación de la Universidad de Montevideo

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