Revista del IEEM
TOP

Testamento de Sócrates: por favor, sean severos con mis hijos

Sócrates fue acusado por sus rivales de ser un curioso que preguntaba de todo y de corromper a los jóvenes porque se aprovechaba de sus palabras convincentes para adquirir cierto poder. En su defensa, Sócrates explicó con sinceridad los motivos que lo llevaban a proceder así: “Jamás, mientras viva, dejaré de filosofar, de exhortarles a ustedes y de instruir a todo el que encuentre, diciéndole según mi modo habitual: querido amigo, eres un ateniense, un ciudadano de la mayor y más famosa ciudad del mundo por su sabiduría y su poder. ¿No te avergüenzas de velar por tu fortuna y por su constante incremento, por tu prestigio y tu honor, y en cambio no te preocupas para nada por conocer el bien y la verdad ni para hacer que tu alma sea lo mejor posible? Y si alguno de ustedes lo pone en duda y sostiene que sí, que se preocupa de eso, no le dejaré en paz ni seguiré tranquilamente mi camino, sino que lo interrogaré, lo examinaré y le refutaré. Y si me parece que no tiene ninguna areté (en griego: excelencia o perfección), sino que simplemente la aparenta, le increparé diciéndole que siente el menor de los respetos por lo más respetable y el respeto más alto por lo que menos respeto merece. Y esto lo haré con los jóvenes y los viejos, con todos los que encuentre, con los de fuera y los de dentro; pero sobre todo con los hombres de esta ciudad, puesto que son por su origen los más cercanos a mí. (…) Porque todos mis manejos se reducen a moverme por ahí, persuadiendo a jóvenes y viejos de que no se preocupen tanto ni en primer término por su cuerpo y por su fortuna como por la perfección de su alma”.

Cuando Sócrates es condenado a muerte por el tribunal y acepta voluntariamente la injusticia, hay un paralelismo impresionante con Cristo.

Por eso, cuando es condenado a muerte por el tribunal y acepta voluntariamente la injusticia, hay un paralelismo impresionante con Cristo: ambos eran conscientes de que se podrían haber defendido fácilmente con demagogia y sofismas. Sócrates habría vencido sin dificultad en el juicio, pero optó por decir la verdad: Prefiero morir después de haberme defendido de este modo, que vivir por haberme defendido de otra manera”. ¿Por qué? Porque haberse defendido de otro modo hubiese implicado algo peor para él que la muerte: la mentira, el engaño y la maldad, es decir, el empeoramiento del alma.

Sócrates concluye su defensa diciendo que no guardará rencor contra quienes le han acusado y condenado a muerte. Y, en un acto de total confianza, les pide que cuiden de sus tres hijos mientras crecen, asegurándose de que estos pongan lo bueno por delante de su propio interés. Sus últimas palabras no dejan ningún lugar a dudas de que el cuidado del alma era su interés prioritario: “Solo les pido una cosa: cuando mis hijos sean mayores, les suplico que los castiguen como yo los he atormentado a ustedes, si les parece que prefieren las riquezas o cualquier otra cosa antes que la virtud, y si llegan a creerse algo cuando no son nada. No dejen de reprocharles, como yo los he reprochado a ustedes, que creen ser lo que no son”. Es impresionante cómo el filósofo une tres conceptos fundamentales en esta recomendación: verdad, conocimiento propio y virtud.

En columnas anteriores he hablado sobre algunas virtudes, y la última fue la sinceridad y el conocimiento propio. Ahora quería detenerme en otra virtud, lamentablemente muy descuidada en la educación escolar e incluso en las familias, cuya carencia se manifiesta también cada vez más en el aspecto laboral: la fortaleza.

Todos somos vulnerables desde el mismo momento de la concepción. Esta condición trae consigo que somos susceptibles de recibir heridas, lo cual no quiere decir que no podamos resistirlas y superarlas. Precisamente, esta vulnerabilidad que todos tenemos, nos permite —y exige— desarrollar la virtud de la fortaleza. Santo Tomás de Aquino define esta virtud con dos frases: “aggredi pericula”, enfrentarse con el peligro; y “sustinere mala”, soportar las adversidades por una causa justa —la verdad, la justicia, etc—. La primera frase implica que la persona fuerte es audaz, enfrenta metas arduas, difíciles. Y la segunda frase manifiesta que es una virtud que madura en y con las dificultades. Una persona fuerte es aquella que, además de aceptar y hacer frente al dolor —que siempre está presente en la vida—, se esfuerza por conseguir un bien difícil sobreponiéndose a los obstáculos y perseverando a pesar de las contrariedades.

Una persona fuerte es aquella que, además de aceptar y hacer frente al dolor —que siempre está presente en la vida—, se esfuerza por conseguir un bien difícil sobreponiéndose a los obstáculos y perseverando a pesar de las contrariedades.

En una sociedad consumista como la actual, en la que el criterio para guiarse es “me gusta”, “tengo ganas”, en lugar de “quiero, aunque me cueste” o “debo hacerlo, aunque me cueste”, hay que poner en juego el autodominio y no dejarnos guiar por lo fácil o por la apariencia. De lo contrario, si no ejercitamos la voluntad, esta se va debilitando y va aumentando la necesidad de inmediatez a la hora de querer alcanzar cualquier objetivo. Por eso, la paciencia es parte importante de la virtud de la fortaleza. Lamentablemente, la situación actual se complica porque en las familias predomina un estilo educativo sobreprotector, caracterizado por querer evitar cualquier tipo de esfuerzo y sufrimiento en los hijos, lo que impide que maduren adecuadamente.

Nos preocupamos, justamente, por obtener para los niños la mejor educación posible. Pero frecuentemente nos olvidamos de que, si se busca un crecimiento ordenado y sano en todas las dimensiones, nada hace madurar tanto como el dolor o la dificultad. No se trata de buscar el sufrimiento —sería masoquismo—, sino de aprovechar las ocasiones que nos ofrece la vida normal. En la medida en que renunciemos a cosas fáciles que nos atraen, pero aportan poco, y busquemos otras que tienen un valor mayor, vamos creciendo en autodominio, en autocontrol, en perseverancia y en alegría, virtudes directamente relacionadas con la fortaleza. Me permito elencar algunas sugerencias para padres y educadores: no ceder rápidamente a los caprichos, evitar gastos superfluos —que se acostumbren a la austeridad—, exigir a los hijos que tengan en la casa encargos concretos adecuados a su edad, que terminen las cosas y no las dejen a medias, etc.

En la medida en que renunciemos a cosas fáciles que nos atraen, pero aportan poco, y busquemos otras que tienen un valor mayor, vamos creciendo en autodominio, en autocontrol, en perseverancia y en alegría.

Como esta revista se denomina Hacer Empresa, viene bien señalar que la fortaleza lleva a la serenidad y esto es un plus para quienes deben tomar decisiones: “Fuertes y pacientes: serenos (…) serenos, aunque solo fuese para poder actuar con inteligencia: quien conserva la calma está en condiciones de pensar, de estudiar los pros y los contras, de examinar juiciosamente los resultados de las acciones previstas. Y después, sosegadamente, interviene con decisión” (San Josemaría Escrivá, Amigos de Dios, n.o 77).

Autor

Postear un comentario