Revista del IEEM
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¿Un Uruguay de posibilidades?

Ya pasaron 50 años desde que Gordon Moore, fundador de Intel, percibió el fenómeno: la tecnología crece a un ritmo exponencial. Lo describió con la famosa Ley de Moore, que decía que la cantidad de transistores por centímetro cuadrado se duplica cada 18 meses. Para la mayoría de los mortales, esta aseveración no parecería impactar en sus vidas. Ahora bien, es otra historia si decimos que la velocidad de los procesadores (computadoras, notebooks, celulares, etc.) se duplica cada año y medio, o que estos se achican y abaratan en esa proporción, o que se duplica la capacidad de almacenamiento en ese período.

Estas aseveraciones ya no son tan ajenas, y lo sentimos cuando vemos que cada año sale al mercado una nueva versión de nuestro teléfono celular preferido y, al cabo de dos o tres años, lo tenemos que cambiar porque nos parece muy lento. O cuando compramos un pendrive y, por el mismo precio que hace tres o cuatro años comprábamos uno de 16 GB, hoy compramos uno de 256 GB.

Esta misma revolución que vemos en los productos de consumo se está dando por detrás de bambalinas. La creciente capacidad de procesamiento y almacenamiento está permitiendo implementar desarrollos que hace unos 10 años eran simplemente inimaginables, entre ellos el desarrollo del big data y la inteligencia artificial.

A pesar de que ya conocía la Ley de Moore, fue cuando asistí al Programa Ejecutivo de Singularity University en Silicon Valley en 2010, que me percaté del efecto que este desarrollo exponencial tiene sobre otras industrias como la robótica, la nanotecnología, la medicina, la neurociencia y la biotecnología. Es justamente en estos últimos campos relacionados a la salud en las que, a mi entender, veremos los grandes impactos en la próxima década.

Volviendo a la inteligencia artificial, ya en 2010 se hablaba de los vehículos autónomos, y recuerdo con cuánta suspicacia miré la pantalla de una presentación que decía que para 2030 los vehículos autónomos ya iban a estar disponibles al público en general. Hoy, ocho años después, ni dudo que para 2030 no va a ser necesario tener libreta de conducir. Mi única pregunta ahora es si no será varios años antes.

Muchas veces se discute qué es la inteligencia artificial, y otras tantas somos injustos con el término. Como escuché a alguien decir: “llamamos inteligencia artificial a todo lo que no sabemos cómo resolver. Una vez que lo resolvemos deja de ser inteligencia artificial”. Por ejemplo, en una época los grandes desafíos eran el reconocimiento facial, o la comprensión de habla, y hoy lo hacemos desde un celular que vale 500 dólares. Los turistas que viajaron al Mundial de Rusia se comunicaban usando aplicaciones de traducción simultánea.

La gran pregunta que todos nos hacemos es: ¿cómo va a impactar todo esto en el mercado laboral?, ¿van las computadoras (o como les decimos hoy, los robots) a reemplazarnos en los trabajos que hacemos hoy?

A mi entender, la respuesta es un categórico para muchos de los empleos de hoy. Mirémoslo de otro modo, si el trabajo que yo hago hoy es más simple o previsible que manejar un auto en la calle (con todos los imprevisibles que pueden ocurrir en el tránsito montevideano), entonces probablemente dentro de 20 años un robot haga mi trabajo más barato y mejor que yo.

Sin embargo, no creo que sea tan trágico. Así como en cada revolución industrial desaparecieron ciertos tipos de empleo, aparecieron otros. Los humanos vamos a continuar siendo necesarios, simplemente los trabajos van a ser otros, diferentes. Vamos a precisar gente que programe esos robots, vamos a precisar humanos para generar experiencias y contenidos, donde la creatividad va a jugar un rol importante, etc.

Incluso creo que el impacto en Uruguay podría llegar a ser positivo. Al no precisarse gente para los procesos productivos físicos, el tamaño de la población deja de importar. Ya no se van a precisar miles de trabajadores para montar una industria. Si los productos valiosos van a ser cada vez más y más digitales (por ejemplo, contenido de entretenimiento), tampoco precisamos tener una gran concentración de consumidores.

Los principales rubros de exportación de Uruguay —agro y turismo— no deberían ser mayormente afectados. Con respecto al agro, el mundo va a seguir precisando alimentos. En algún momento el sector se va a ver afectado por la producción artificial de proteínas o granos, pero siempre va a existir demanda por productos naturales. El turismo debería crecer ya que, si nos reemplazan los robots en tareas habituales, los humanos deberíamos tener más tiempo para el ocio.

En resumen, no hay dudas de que el mundo laboral va a cambiar, ya está cambiando. Si nos preparamos acordemente no solo no debería ser grave, sino que debería ser beneficioso. En cambio, si nos dormimos con la esperanza de que tenemos tiempo porque “acá todo llega 20 años más tarde”, ahí sí vamos a estar en problemas.

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