Revista del IEEM
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Búsqueda de la verdad: ¿vencer o convencer?

«¿Qué es la verdad?» (Quid est veritas?): después de dos mil años todavía resuena esta pregunta que le hizo Poncio Pilato a Jesús en la dramática conversación durante el juicio. Una pregunta que no deja de exigir respuesta de cada uno de nosotros. Al mismo tiempo, la pregunta también da luz para evaluar nuestras relaciones y a la sociedad en su conjunto, en un mundo que invoca la verdad pero que vive de mentiras, y donde la verdad es decidida por unos pocos e impuesta sin verificarlas con los hechos.

En un importante documento sobre la dignidad humana, el Concilio Vaticano II recordó: “todos los hombres, conforme a su dignidad, por ser personas, se ven impulsados, por su misma naturaleza, a buscar la verdad y, además, tienen la obligación moral de hacerlo. Están obligados también a adherirse a la verdad una vez que la han conocido y a ordenar toda su vida según sus exigencias” (Dignitatis Humanae, n.o 2). Este deber natural muchas veces viene descuidado por comodidad, miedo al compromiso o egoísmo.

Por otra parte, en las relaciones interpersonales y concretamente en las redes sociales, nos encontramos con un obstáculo creciente para llegar a la verdad: la polarización. Ya en 1990 Mike Godwin había enunciado un principio que se popularizó luego como “ley de Godwin”: a medida que una discusión en línea se alarga, la probabilidad de que aparezca una comparación en la que se mencione a Hitler o a los nazis tiende a crecer. Entonces el diálogo se cierra y se pasa a la discusión violenta.

En las relaciones interpersonales y concretamente en las redes sociales, nos encontramos con un obstáculo creciente para llegar a la verdad: la polarización.

Nuestra experiencia en redes sociales nos demuestra cómo la guerra de comentarios llega a ser increíblemente tóxica y se polariza de modo irreversible. Se abandonan los argumentos y comienzan los insultos. A continuación, sugiero algunas pautas que pueden ayudar a tener diálogos más saludables.

1. Ser lo más precisos posible en nuestras frases

La falta de claridad convierte las conversaciones en una especie de teléfono descompuesto. Hay que intentar traducir nuestra idea sin expresiones faciales, sin tono de voz, solo con palabras. Y la otra persona debe leer nuestras palabras y entender lo que significan; y, sobre todo, entender lo que queremos decir con esas palabras. La falta de claridad es fuente de muchos malentendidos y de que se eleve el tono de las conversaciones. Conviene esforzarse por ser lo más claro que podamos, sin suposiciones, sin subtexto, matizando oportunamente las frases tajantes.

2. No debatir de semántica

A menudo ocurre que alguien hace una declaración y luego recibe críticas sobre la forma en que usó una de las palabras, y no sobre la sustancia del argumento. Con lo cual el diálogo continúa sobre el significado de esas palabras, en lugar del argumento de fondo que esas palabras supuestamente deberían representar. A veces las discusiones sobre temas económicos se simplifican en capitalismo versus socialismo, en lugar de tratar sobre las situaciones que dieron origen al diálogo. Como estos debates semánticos son generalmente infructuosos, vale la pena dirigir la conversación hacia temas más sustantivos.

3. Hablar de ideas, no de personas

Un defecto análogo, pero más grave y común que los debates estériles sobre semántica, es comenzar dialogando sobre ideas y terminar discutiendo sobre personas, lo que causa más problemas que los que resuelve. Esto se agrava rápidamente cuando el asunto se centra agresivamente en referencias directas a los participantes. Es muy distinto escribir “no comparto esa idea” que decir “estás equivocado”: en este último caso desviamos el enfoque de lo importante y podemos lastimar sin necesidad a la otra persona, crear resentimientos y, como es lógico, dificultar que acepte nuestros argumentos.

Un defecto común en los debates estériles sobre semántica, es comenzar dialogando sobre ideas y terminar discutiendo sobre personas, lo que causa más problemas que los que resuelve.

4. Tener claro cuál es nuestra posición y procurar entender cuáles son las razones de la otra parte

Está relacionado con el primer punto sobre la precisión. Si no somos claros es fácil para otras personas asumir que nuestro argumento es débil; y viceversa cuando ellos no son claros. En este sentido los mejores debates se dan cuando ambas partes se esfuerzan por ponderar, elevar, la posición de su oponente. Recuerdo con admiración algunos diálogos de este tipo. Concretamente dos del Cardenal Ratzinger (luego Benedicto XVI): uno con el entonces presidente del Senado italiano, el filósofo ateo Marcelo Pera, sobre la situación de Europa, que dio origen al libro Sin raíces (Ed. Península, 2015). Otro con el filósofo ateo Jürgen Habermas, que también fue publicado posteriormente: Dialéctica de la secularización. Sobre la razón y la religión (Ed. Encuentro, 2006). Un ejercicio útil es desafiarse a sí mismo para ver cómo expresar con mis palabras y razones el argumento de la otra parte.

5. No contestar a los trolls

Es decir, a esas personas anónimas que publican mensajes provocadores con la intención de molestar o insultar. En general se ve rápidamente cuando alguien está participando con buena fe o no. Si notamos que la intención es meramente provocadora, es mejor no intervenir, porque nada de valor saldrá de esa discusión

6. Ser conciso y revisar lo que escribimos

Por último, ser conciso con el fin de comprobar que se entiende bien y expresa nuestra opinión. También está relacionado con lo que dije en el primer punto. Evidentemente, la aceleración de la sociedad actual nos lleva a apretar “enviar” apenas escribimos nuestra respuesta, que muchas veces puede estar condimentada con el enojo o la indignación. No hay mejor inversión de tiempo que releer lo escrito con serenidad.

Estas pautas se pueden aplicar no solamente a las redes sociales, sino también en el trabajo, con amigos o familiares. Tocqueville se dio cuenta de que las sociedades que mejoraban eran las que imitaban con esfuerzo lo superior. Mientras que en las sociedades decadentes se copiaba lo más bajo. La actual dinámica de las redes sociales parece ir en este segundo sentido. Cada uno puede hacer una buena contribución a la sociedad interviniendo en nuestros ámbitos levantando el nivel del diálogo con mente abierta y buscando no vencer sino convencer, ya que es más importante llegar a la verdad que tener razón a toda costa.

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