Revista del IEEM
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Ciencia, tecnología y crecimiento económico

Es claro que la economía evoluciona hacia una economía basada en el conocimiento, es decir, cada vez más los bienes y servicios son más valiosos en la medida que su producción requiera más conocimientos, en cantidad y complejidad. Estudios realizados sobre países de América Latina[1] indican que también las economías de la región se están orientando a sistemas de producción más intensivos en conocimientos.

Antes de avanzar en el tema es necesario diferenciar ciencia, tecnología y técnica. Siguiendo a Bunge[2], lo que distingue la ciencia (pura) de la tecnología es el objetivo perseguido. Si el objetivo es conseguir leyes teóricas empíricamente comprobables y verdaderas, que describan con exactitud la realidad y que permitan predecir el curso de los acontecimientos, estamos frente a un científico. El tecnólogo, en cambio, utiliza las leyes científicas a efectos de resolver problemas prácticos y realizar objetivos sociales. Por otro lado, tenemos conocimientos que no se basan en teorías o métodos científicos, como son, por ejemplo, las artes y oficios prácticos. Existen, pues, tres categorías diferentes: ciencia, tecnología (ciencia aplicada), técnicas y prácticas. Nuestra atención se concentrará en la ciencia y la tecnología.

Es fácil visualizar la utilidad de la tecnología, pero no tanto la utilidad de la ciencia, especialmente si uno vive en un país cuya aportación potencial a la generación de conocimiento en el mundo es absolutamente marginal. El conocimiento científico está disponible para todos y no hay barreras. ¿Para qué gastar dinero en generar nuevo conocimiento si se está aprovechando una fracción mínima del conocimiento que ya existe? ¿Por qué no dedicarse a aprovechar las inversiones en investigaciones científicas que han hecho otros países?

Aun cuando superáramos estos reparos y existiera consenso en la necesidad y utilidad de invertir en investigación científica, existen problemas prácticos no menores. ¿En cuáles áreas de conocimiento hay que invertir? ¿Cómo evaluamos el retorno de esa investigación? Hay quienes sostienen que los recursos deben destinarse a aquellas áreas que sean económicamente rentables, es decir, aquellas investigaciones cuyos hallazgos tengan una aplicación directa y que generen un beneficio económico a las empresas o instituciones que las patrocinan.

Tratemos de abordar todas estas complejas y legítimas dudas respecto de la utilidad de invertir en ciencia.

 

¿Por qué no usar el conocimiento científico que ya existe?

El argumento suena muy razonable. Hay más conocimiento del que podemos usar, ¿por qué no concentrarnos en eso en vez de pretender generar más desde la desventajosa posición de país subdesarrollado? La respuesta a esa pregunta la dieron Cohen y Lenvinthal (1990)[3] con su teoría de la capacidad de absorción. Esta teoría dice que una organización, para poder identificar y asimilar conocimiento complejo, tiene que manejar este tipo de conocimiento a ese mismo nivel de complejidad. Traducido al caso que nos ocupa, para poder identificar y aprovechar conocimiento científico de vanguardia se necesitan científicos de vanguardia. A pesar de que los científicos uruguayos puedan generar una parte insignificante del nuevo conocimiento científico, eso habilita a que se transformen en el canal de acceso al resto del conocimiento disponible.

Existe otra fortaleza de la actividad científica, que consiste en que contribuye a la difusión del conocimiento[4]. La actividad científica se basa en la norma de apertura y los incentivos para publicar los resultados de la investigación llevan a los científicos a hacer accesibles a los demás los conocimientos generados. Por otro lado, la mayor movilidad de los científicos y la existencia de organizaciones que promueven los vínculos entre ellos y sus organizaciones, también fomentan el desarrollo de relaciones sociales más amplias entre los científicos, facilitando una difusión más rápida del conocimiento a través de estas redes.

 

¿Por qué no concentrarse en lo que tenga una aplicación inmediata y un retorno más alto?

La investigación científica tiene por propósito saber, no aplicar. Sin perjuicio de ello el conocimiento científico luego encuentra su camino a aplicaciones tecnológicas, pero no es un camino predecible. Carl Sagan, en su libro El mundo y sus demonios (2011), brinda múltiples ejemplos de esto: Maxwell no pensaba en la radio, el radar y la televisión cuando formuló sus ecuaciones fundamentales del electromagnetismo, Newton no estaba pensando en lanzar cohetes o satélites cuando entendió por primera vez el movimiento de la luna.

En economía hay quienes son favorables a la idea de elegir ganadores. Las experiencias en ese sentido suelen ser fracasos, debido a la distancia que luego se da entre lo que los políticos proyectan y lo que termina pasando. Si eso sucede al elegir entre sectores productivos imaginemos lo que puede pasar si eligen entre líneas de investigación científica.

En síntesis, el retorno de la investigación científica es inequívoco. El problema es que la dinámica de la generación del conocimiento científico no es congruente con el sistema de incentivos de quienes toman las decisiones respecto de la asignación social de los recursos tanto en lo que refiere a plazos como a resultados tangibles para el gran público.

Referencias

[1] “Knowledge Intensity in a Set of Latin American Countries: Implications for Productivity”, por Mas, M., Hofman, A. y Benages, E. International Productivity Monitor n.o 36 (págs. 204-233), 2019.

[2]Technology as applied science. In Contributions to a Philosophy of Technology”, por Bunge, M. Springer, Dordrecht (págs. 19-39), 1966.

[3]Absorptive capacity: A new perspective on learning and innovation”, por Cohen, W. M. y Levinthal, D. A. Administrative Science Quarterly (págs. 128-152), 1990.

[4]Science, social networks and spillovers”, por Sorenson, O., y Singh, J. Industry and Innovation, 14(2) (págs. 219-238), 2007.

Responsable del GEM Uruguay y profesor de Economía Política en

Ph.D. en Gobierno y Cultura de las Organizaciones, Universidad de Navarra; máster en Dirección y Administración de Empresas, IEEM, Universidad de Montevideo; contador público, Universidad de la República (Uruguay); licenciado en Administración, Universidad de la República (Uruguay); GloColl, Harvard Business School.

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