Revista del IEEM
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“La conciencia de fragilidad vital hace que los más avispados valoricen más lo interior que lo acumulable”

Pablo Regent

Director del MBA y profesor del IEEM

¿Cómo ha enfrentado el IEEM el desafío de adaptarse a la evolución constante de las demandas en el mundo empresarial?

El mundo de la empresa es dinámico por definición. Nunca se “combate dos veces la misma batalla”, aunque algunos se caracterizan por “pelear la guerra anterior”, lo que termina siendo siempre un pasaje solo de ida.

Por lo tanto, desde el IEEM trabajamos siempre en el presente con un ojo en el futuro. Ahora, que lo tengamos claro no quiere decir que sea sencillo de hacer. Más en estos tiempos en los que las demandas evolucionan fuertemente hacia el desarrollo personal más que el profesional. En este sentido, los últimos años han sido de gran exigencia para adaptar nuestra propuesta. Sumado a ello, la aparición impensada de la pandemia agregó una complejidad inusual.

 

¿De qué forma la pandemia, que sacudió al mundo entero, contribuyó a cambiar las expectativas de las personas en lo laboral?

Aún es pronto para comprender los cambios más duraderos que dejó la pandemia, pero hay algunos que son bastante evidentes. En primer lugar, hay una mayor conciencia de la fragilidad de lo que antes considerábamos como seguro. Esta fragilidad influye en la forma en que las personas valoran lo que hacer con su vida. Si al final un mísero virus puede tirar por la borda todo aquello que tanto costó construir, ¿para qué perder el tiempo escaso del que se dispone en algo que se puede esfumar de la noche a la mañana? Este impacto no lo ha producido solo la pandemia. La crisis en Estados Unidos y Europa de 2008 influyó en la misma línea, aunque por el sur no lo padecimos.

Esta conciencia de fragilidad vital hace que los más avispados valoricen más lo interior que lo acumulable. Por acumulable no me refiero al dinero o a los activos físicos, que también, sino a aquello externo como puede ser una carrera en una empresa concreta o en un sector determinado. Todo lo que genera una reputación en una ocupación que podríamos llamar “vertical” y que se rentabiliza con el paso del tiempo. Esta característica exterior de este tipo de bienes se comienza a percibir como algo elusivo, volátil.

Como todos sabemos, el incremento de la percepción de riesgo sobre un bien en lo que hace a la capacidad de conservarlo en el futuro, o a que el mismo nos sea quitado, hace que las personas reduzcan la inversión en ese bien y tiendan más a consumirlo en el presente. Fenómenos como “la gran renuncia”, hunden sus raíces en esto mismo.

 

¿Cómo se evidencia la valorización de lo interior versus lo exterior en la toma de decisiones y en las metas personales y profesionales?

Si bien un escape puede venir por el sin sentido del esfuerzo, no todas las personas arrancan para ese lado. Algunos ―muchos, diría yo―, deciden prestar más atención a aquello que depende de ellos. Los que eligen este camino pasan a redescubrir el valor del ser más que el del tener. Posicionándose el ser antes que el hacer, si consideramos el hacer como un hacer mecánico, desconectado del propósito vital que cada persona ha de encontrar en su vida.

«Algunos deciden prestar más atención a aquello que depende de ellos. Los que eligen este camino pasan a redescubrir el ser más que el de tener«.

En este sentido, lo que la persona hace pasa a subordinarse a lo que entiende que es lo que le corresponde por su vocación personalísima. Y es tan fuerte esta atracción que pasa a dedicar tiempo a un proceso de búsqueda sobre lo que lo acerca a lo que realmente elige ser como persona concreta, que vive en un lugar y un tiempo concreto.

Pero esta percepción de la fragilidad vital no viene solo por la pandemia o por la crisis de 2008 en el norte. Si así fuera solo quedaría en un impacto fuerte que se diluiría con la calidez del confort que trae lo externo, es decir, con lo que puedo tener y hacer orientado a obtener bienes tangibles e intangibles extrínsecos. Los tiempos que vivimos aportan otros fenómenos que solidifican esta predisposición.

Hay una tendencia sostenida extremadamente fuerte por el lado de la evolución del trabajo. La tecnología sustituye trabajo humano como nunca lo habíamos visto. No ya en los trabajos básicos, poco calificados, como ha sido lo común en otros tiempos. Ahora pega en los trabajos calificados, profesionales, universitarios. La forma en que la inteligencia artificial entra en nuestra vida es novedosa, no por el hecho de sustituir tareas rutinarias, sino por presentar ventajas en ámbitos que antes asumíamos protegidos y de bajo riesgo.

Esta tendencia que viene desde los noventa, pero se comenzó a notar con fuerza ya entrada la segunda década del siglo, destruye otra certeza ancestral. La de la formación especializada en un trabajo concreto como camino de desarrollo exitoso para la vida profesional. Si bien siempre fue más o menos cierto, la realidad palpable hoy es que lo que estudiamos en la juventud poco valor tendrá quince años después. No ya en términos de que ese conocimiento debe ser actualizado, sino en que directamente eso que aprendimos ha dejado de ser una fuente de ventajas competitivas para la persona. Aquí está la nueva fuente de angustia vital. No tengo ni idea de qué voy a ser mañana. No ya un escribano, contador o ingeniero actualizado. Directamente, no tengo ni idea en qué voy a trabajar y ni siquiera si mi profesión va a seguir siendo la misma.

 

¿Qué estrategias deben adoptar las empresas para mantener sus competencias distintivas en un entorno tan cambiante?

Para responder a esta pregunta hay que entender un tercer factor. Las empresas ya no son lo que eran. Durante casi un siglo fueron la piedra angular en lo referido a construir carrera, futuro, estabilidad. Ahora esas mismas empresas saben una cosa con enorme certeza: las ventajas competitivas de mañana nada van a tener que ver con las ventajas competitivas de hoy. Y para triunfar en el futuro deben ser obsesivas con dos cosas. Primero, cuidar sus competencias distintivas sin enamorarse en defender sus ventajas competitivas. Segundo, y muy vinculado a lo primero, las capacidades que necesitan de su gente serán cada día más cambiantes. Tanto, que incluso esta necesidad de adecuar la “nómina” a las necesidades estratégicas que exige el mercado tendrán ―ya tienen― consecuencias en la conformación del equipo directivo e incluso en la composición accionaria. Ya ni siquiera se puede estar seguro de que se podrá seguir siendo dueño del capital de aquella empresa que se pensó que siempre iba a estar bajo el control propio.

Mi vaticinio muy personal es que nos dirigimos a una sociedad en la que las personas prestarán más atención a lo que realmente pueden atesorar, dejando de lado el consumo de lo más valioso, su escaso tiempo, en cosas que están llamadas a desaparecer de sus manos sin que puedan hacer mucho.

Por eso, volviendo a la pregunta inicial, si el IEEM desea seguir siendo útil a la sociedad, debe mutar en su propuesta hacia una demanda de más crecimiento personal, capacidad de autonomía y desarrollo de aprendizajes dinámicos que permita que la persona crezca hacia adentro de forma tal de poder gestionar libérrimamente su destino.

 

¿Cómo planean adaptarse al desarrollo personal y profesional de las personas?

Lanzamos una nueva propuesta de MBA, el MBA+. Si bien nuestro MBA siempre está ajustándose, cada década recibe un cambio mayor. Este año acabamos de lanzar el nuevo formato. No es más que el mismo MBA, pero con agregados que apuntan a los tres desafíos de los que mencioné: más trabajo personal en el desarrollo de cada participante en forma personalísima, más comprensión y dominio de lo que significa trabajar a través de la distancia física y más exposición a la presión de situaciones cambiantes que exijan capacidad de reacción y buen trabajo en equipo.

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