Revista del IEEM
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Verdades obvias y fake news

Hay 75 países en los que el Día del Padre se celebra el tercer domingo de junio. En otros, el 19 de marzo, que es la fiesta litúrgica de San José. Y es que la figura paterna —al igual que la de la madre— tiene un gran impacto en el desarrollo de los niños. Y la ciencia, especialmente en el mundo anglosajón, aporta datos importantes al respecto.

El estudio más amplio y que abrió el campo a otras investigaciones lo realizó un grupo de profesores de Oxford, del Imperial College y del King´s College, dirigidos por Paul Ramchandani. Fue publicado en 2017 en el Infant Mental Health Journal con el título “Father-Child interaction at 3 months and 24 months”. Examinaron parámetros de involucramiento emotivo en 10 000 familias con hijos, y se midió la importancia de la relación con el padre en el desarrollo emotivo de los niños.

La investigación resalta la influencia del “factor calidad”, en el sentido de que es más esencial la calidad del tiempo pasado con los hijos que la simple cantidad; y que la unión a la figura paterna es un elemento positivo que “eleva”, “mejora la calidad” del desarrollo de los niños. Concluyen que “un buen padre, atento a las necesidades del hijo, contribuirá a que luego sea un adulto sereno”. Un punto decisivo de esa relación es el modo en que los padres perciben su rol antes y después del nacimiento del hijo. Si son felices de la paternidad y enfocan su vida en función de este rol, los hijos “se sienten más seguidos y seguros, son más equilibrados y tienen hasta un 28 % menos de probabilidades de desarrollar problemas de conducta en la preadolescencia”.

También en 2017, el European Journal of Population, publicó otro estudio, firmado por Elena Mariani, Berkay Özcan y Alice Goisis, profesores de la London School of Economics, con conclusiones muy similares y titulado “Family trajectories and well-being of children born to lone mothers in the UK”.

De acuerdo con estas investigaciones, el padre tiene una responsabilidad fundamental en el desarrollo emotivo de la persona, mientras que las madres ocupan una posición más relevante en lo que respecta al cuidado y a la vida afectiva del niño.

El padre tiene una responsabilidad fundamental en el desarrollo emotivo de la persona.

La tesis final es: “Un núcleo familiar feliz y unido es un factor añadido positivo en la vida de un niño”. Algunos lectores, con buena dosis de escepticismo, podrían comentar que no es necesario leer revistas científicas para llegar a esa conclusión.

Profundizando en el rol de la paternidad y en el vínculo que se origina, el filósofo francés Fabrice Hadjadj comenta que un experto puede comunicar lo que ha entendido en un ámbito muy concreto (y, por tanto, es competente); en cambio, un padre transmite toda la vida, aunque tantas veces no sea competente, porque no la comprenda, se le escape, se tenga que enfrentar incluso al sufrimiento, a la injusticia, a la muerte. Ofrece —con la madre— nada menos que la vida, aunque esta vida esté herida y expuesta al mal.

También algunos lectores quizá añadan que las investigaciones científicas citadas se podrían haber titulado sencillamente así: “Para que el niño esté bien, conviene que crezca en una familia compuesta de padre y madre”. El problema es que —independientemente de que va disminuyendo el porcentaje de esas familias— estas afirmaciones obvias molestan. Y aquí está lo realmente preocupante: no el hecho de que se comercialice más o menos la figura del padre, sino que haya verdades básicas aceptadas desde siempre (y necesarias para la sociedad) que tengamos que proteger y revisitar porque están siendo desafiadas continuamente por la cultura (películas, novelas, series) y por la política, que impulsan con entusiasmo eficaz otros modelos, favorecidos por la pasividad —no exenta de responsabilidad— de la mayoría. Por eso, hay que argumentar con datos objetivos, de modo que se vea que esas afirmaciones elementales son verdad, y no fruto de una fe rígida.

De Andréi Tarkovski es la frase “lo bello queda oculto a los ojos de aquellos que no buscan la verdad”. Estas investigaciones citadas ayudan a descubrir esa belleza, fruto del amor sacrificado, que queda oculta a quienes parten de prejuicios, se conforman con eslóganes o se dejan llevar dócilmente por la corriente.

La tesis final es: “Un núcleo familiar feliz y unido es un factor añadido positivo en la vida de un niño”.

En este sentido, para terminar, me gustaría comentar muy brevemente cuatro fake news sobre el amor y el matrimonio que están muy difundidas y que ocultan la belleza de la verdad sobre el amor matrimonial.

La primera es un clásico: “el amor es ciego”. Puede ser verdad referida a la pasión, pero no al amor, porque para amar necesito conocer al otro tal y como es, con sus defectos. Amo a algo que conozco, no alguien desconocido.

La segunda es fatal y lleva a muchos fracasos matrimoniales: “Lo importante es estar enamorados”. Más bien, lo importante es comprometerse a amar, poner la voluntad, no solo el sentimiento, porque los sentimientos van y vienen. El amor verdadero permanece. En las homilías de los matrimonios que participo como sacerdote suelo insistir en que la frase verdadera no es “me caso contigo porque te amo”, sino más bien: “me caso contigo para amarte”. La diferencia es enorme y fundamental.

La tercera también causa estragos y es fruto del egoísmo, antítesis del amor auténtico: “el amor es placer y bienestar”. Evidentemente el amor conlleva ambas cosas, pero también requiere mucho sacrificio. Es más, el sacrificio es la prueba del amor.

La cuarta y última fake news es simpática y equívoca: “el amor es espontáneo”. Aquí se confunde peligrosamente la virtud con la espontaneidad. Por ejemplo, una persona espontánea sin virtud insultaría frecuentemente, interrumpiría conversaciones, etc. El verdadero amor mueve a la voluntad (aunque a veces no se tenga ganas) y es consciente de lo que hace (de lo contrario, no tendría mérito).

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