Revista del IEEM
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Se transforma el trabajo… ¿o los consumidores?

En algunos países, como consecuencia de la pandemia, los números de desempleo se multiplicaron brutalmente. En algunos casos se triplicaron. Millones de personas están sin trabajo. Millones de personas no saben si van a tener trabajo en los próximos meses, o años.

En Uruguay, según los datos de abril 2020 del Instituto Nacional de Estadísticas, un 10 % de la población económicamente activa está sin trabajo. Es decir, no encuentran un lugar en el que alguien pague por sus servicios. O por sus conocimientos. O por sus habilidades.

Al comenzar esta nota quiero dejar en claro que soy analista de Sistemas y no economista. Estamos acostumbrados a leer artículos relacionados con el desempleo escritos por economistas. Justamente, esta nota no pretende comentar sobre números, sus dinámicas ni sus impactos en la economía. Me quiero concentrar en las razones por las cuales me parece que estamos ante una de las transformaciones más importantes en el mercado de trabajo. Porque hace años venimos conversando sobre cómo la tecnología y, obviamente, los vaivenes de la economía dejan a personas fuera del mercado.

Hoy, el COVID-19 y el completo freno —forzado— de la demanda, dejan ver una razón mucho más fuerte: vamos a ganar o perder trabajo según lo que decidan los consumidores. No (solo) por la tecnología.

Ya nos dimos cuenta de que quizá no sea necesario ir todos los días a la oficina. Podemos resolver el trabajo de manera remota. De hecho, según la misma encuesta, en abril un 20 % de las personas estaban teletrabajando. Cuando el promedio hasta esa fecha era del 5 %. Eso significa que el consumidor precisará una computadora portátil, una mejor conectividad, menos uso de medios de transporte, más uso de su cocina y aire acondicionado y menos escritorios en la oficina, consumirá menos agua del dispensadero, menos café o té de la máquina expendedora. Imagine las diferentes personas que atienden, fabrican o dan servicio a esta serie de acciones. Algunas tendrán más trabajo, algunas mucho menos.

Vamos a ganar o perder trabajo según lo que decidan los consumidores. No (solo) por la tecnología.

Veamos el ejemplo de un médico. Sus pacientes lo contactan ahora también por teléfono. Ya se conocen elementos que permiten la telemedición de los signos vitales. De 10 visitas que se hacían al consultorio, probablemente tres ya no sean necesarias. Es decir, ya no es necesaria una persona que reciba, un papel para sacar el número, la música funcional, el aire acondicionado o el alfajor mientras se espera.  Por supuesto, todo en su proporción.

El almacén o supermercado ahora tiene que hacer muchas más entregas a domicilio. En busca de mantener su negocio, muchos ofrecen de manera gratuita los envíos. Y el consumidor lo acepta. Y se acostumbra. Más trabajos en los envíos. Menos trabajos en la fila de las cajas. Más trabajos para programar los pagos por tarjeta. Menos trabajos para construir espacios tan grandes. De nuevo, todo en su proporción.

Es interesante lo que personalmente me pasó con un tramite en una intendencia. Como no atendían público, el proceso de solicitud de un documento lo ofrecían totalmente digital. Consulta, pago, recepción, todo a mi casilla de correo. ¿Volveré a tener que ir a esa intendencia en la próxima consulta? Espero que no. Y con eso, como consumidor, no usaré transporte, no haré la pregunta: «¿Dónde me atienenden para este trámite?». No llenaré con lapicera ese formulario, no tomaré el café en esa esquina. Nuevamente construcción y destrucción de trabajos por cambios en mi comportamiento como consumidor.

Ahora la pregunta es, todas estas modificaciones, ¿ya existían o solamente se perciben ahora como aceleradas? Las personas que pierden su trabajo podrán adaptarse a las nuevas áreas de mayor demanda. ¿La educación es capaz de predecir estos cambios para así crear contenidos y personas hábiles en los nuevos requerimientos?

Las personas que pierden su trabajo podrán adaptarse a las nuevas áreas de mayor demanda.

¿Quién sabe? Lo que sí puedo afirmar es que esta misma dinámica tiene un espejo en la supervivencia de las empresas. Si las empresas siguen intentando entregar productos o servicios que el consumidor ya no elige, es claro que van a durar poco. Así que mientras observamos esta acelerada modificación de las acciones del cliente, debemos ver la misma velocidad en la adaptación de nuevas actitudes empresariales. Y si lo pensamos, volvemos a lo importante y tan conocido. Volvemos a poner el foco en la propuesta de valor. En el propósito. Porque si observan, en la mayoría de los casos lo que cambió es el cómo. Ahora en vez de presencial lo hago remoto. En vez de buscarlo, me lo traen. En vez de pagar en la mano, lo pago por la web o el teléfono. En vez de ir a la feria, recibo un WhatsApp con los precios de la semana.

Al supermercado voy a ir porque me tratan bien. Al médico porque le tengo confianza. A la computadora la elijo por precio, pero también porque me la recomendaron. Y así voy a seguir consumiendo y adaptándome a las maneras de hacerlo que el momento me lo permita.

Si las empresas siguen intentando entregar productos o servicios que el consumidor ya no elige, es claro que van a durar poco.

Sí, la tecnología podrá ser el vehículo que permita implementar muchos de estos cambios. Pero el gran impacto lo hacemos cada uno de nosotros cuando como consumidores preferimos un modelo al otro. Un producto al otro. Un momento al otro.

Y en la medida en que el ser humano sigue buscando innovaciones, con o sin pandemia, vamos a seguir creando y destruyendo maneras de hacer las cosas. Y conseguir trabajo será nuestra habilidad de adaptarnos y de entender cuáles son las acciones, habilidades y capacidades que se necesitarán mañana. Las de ayer, las que pensaba en marzo, quizá tenga que revisarlas. Porque hay miles de consumidores que están cambiando y esperando quien los atienda.

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